II Edición

Curso 2005 - 2006

Alejandro Quintana

Un balazo de amor

Mercè Raventos , 14 años

                  Colegio Canigó, Barcelona  

    No llores. Hazlo por ellas. Aguanta.

    Sí, lo sé. Sé cómo te sientes: frustrado, impotente ante aquello que se escapa de tus manos, de tus sentidos. Es algo que ocurre y que nunca hubieras imaginado. Recuerdas ese día en el que dedicaste dos horas, ni más ni menos, a hacerle entender a tu hija el sentido del respeto a los demás, el hecho de que no hay diferencias entre los hombres: todos merecemos un trato digno. Dos horas te costó, pero valieron la pena.

    Ahora sientes que no puedes aguantarlo ni un minuto más. La mirada de tu hija se te clava en el corazón como un balazo y al fin pregunta: “¿Por qué?”. Al no obtener respuesta por tu parte, busca con la mirada a su madre, que pese a sus grandes esfuerzos no ha logrado contener el llanto. La pequeña no entiende nada, y lo impensable ocurre entonces, cuando ve que se te llevan contra tu voluntad. Asiéndote de una pierna grita:

    -¡No! ¡No! ¿Es que no saben que mi papá es libre?

    Esta vez el balazo es real, acompañado por el comentario de uno de los soldados:

     -Te equivocas, mocosa. Ni él, ni tú sois libres. Ambos sois judíos.

    Tanto tu esposa como tú estáis paralizados. Os llevan a cada uno a campos distintos. Llegas, y cuando creías que nada peor podía sucederte, miras a tu alrededor y en seguida compruebas que muchos sufren más que tú. Ancianos torturados, niños de los que han abusado sin compasión alguna...

    Tan sólo coméis una mísera taza de sopa y unos pedazos de pan rancio y seco. Para entretenerse, uno de los soldados ha empujado a un niño que ha caído de bruces al suelo. Aprovechando la ocasión, otro chaval, algo mayor, no ha tardado en comerse el pan que al otro se le ha caído.

    Te das cuanta de que vives en una selva que se rige por la “ley del más fuerte”, pues lo principal es sobrevivir. Pero tu corazón sigue siendo judío, y te enterneces tanto que te dejas llevar por él y le das al niño todo tu almuerzo y le coges de la mano y le conduces hasta el otro lado del campamento para secarle las lágrimas. Comprendes que el mundo debe regirse por el amor. Nadie más lo entiende así, pero no te sientes solo.

    Estás cansado, muy cansado. Aguanta, que no estás solo.

    Has sido siempre un hombre de fe. Desde bien joven, tus padres te instruyeron en la doctrina judía, y así lo has hecho con tu hija. Has leído y releído la Torá a lo largo de tu vida y esperas con fervor al Mesías prometido. Una vez más le pides que envíe pronto al Salvador. ¿Por qué, si sois el Pueblo Elegido, os tratan así?

    Interrumpes tus pensamientos al presenciar la siguiente escena: dos de los soldados nazis, para divertirse, abofetean a un anciano. Ya no les sirve, así que no pasa nada si muere en el juego. Cae desplomado en el barro. Ambos se marchan riendo. Oscurece.

    Lo que vas a hacer puede costarte la vida. Con las pocas fuerzas que te quedan, cargas al anciano sobre tus hombros y empiezas a andar silenciosamente hasta asegurarte de no poder ser visto. Cavas entonces un hoyo en la tierra húmeda, sin más herramienta que tus propios brazos, y lo entierras. Te arrodillas y rezas a Yavé por su alma. Meditas un rato y descubres que no sientes odio hacia quienes lo han matado, sino tristeza. Compasión incluso.

    Sientes ganas de ayudarles. Pero sabes que si vuelves, antes que escucharte te matarán. Pides por tanto una señal clara. Y ocurre lo inesperado: una enorme nube en el cielo que ha estado tapando la luna y protegiéndote de la mirada de tus carceleros, se aparta paulatinamente, dejando paso a la luz, que te permite descubrir entre la tierra un libro. Lo ojeas y compruebas que todo lo que lees lo habías leído antes. Pero meditas de nuevo el Talmud y encuentras en él un significado nuevo. “¡Gracias, Señor, Gracias!”, no puedes cesar de exclamar. Te sientes tan identificado con Yavé..., ¡y a la vez te sabes tan poca cosa! Él te ama. Por eso te olvidas de que llevas todo un día sin comer y la noche sin dormir.