V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

Un camino difícil

MªJose Vargas, 15 años

                  Colegio Zalima (Córdoba)  

La brisa del jardín traía un aroma embriagador a jazmín mezclada con hierba buena mientras los árboles bailaban, moviendo sus ramas. Es de noche y estoy sentada en el porche de mi casa. El aire me envuelve en recuerdos lejanos.

***

Tenía seis años cuando mis padres se divorciaron. Mi madre estaba a todas horas triste y repetía que si no hubiera empezado a beber, su matrimonio no se habría ido a pique y, por lo tanto, seríamos una familia feliz.

Me fui alejando poco a poco de mis familiares y amigos. Me convertí en una niña que se olvidó de jugar, no porque supiera que mis padres habían dejado de quererse sino porque me sentía dividida.

Mi adolescencia fue un lastre. A veces me encontraba sola, leyendo en el banco de cualquier parque. Mi única vía de escape era la lectura, meterme en un mundo en el que nadie de fuera interfería. La vida, entonces, se convertía en una especie de sueño.

Todo aquello se fue al traste cuando un hombre vestido con americana negra y pantalones grises se acercó a mí.

-¿Eres Margot Preina?

Como respuesta emití un sonido apenas descifrable y rehuí su mirada, que denotaba seriedad al igual que su voz.

Aquel hombre comprendió que tenía problemas de relación y comunicación. Entonces me habló con un tono mucho más dulce y desenfadado, como si en vez de hablar a una chica de trece años hablara a una niña de cinco.

-Sígueme, por favor -me invitó con voz suave.

Al ver que le rechazaba, porque no me fiaba de nadie y mucho menos de desconocidos, me enseñó su placa de policía y me sonrió para que me sintiera segura. Me condujo hasta un coche patrulla. En el trayecto al hospital me contó que mi madre había sufridfo un atropello y que estaba en coma, pero que no me preocupara porque todo iba a salir bien.

Llegué al hospital arrastrando los pies. Gracias a las indicaciones de la enfermera, entré en la habitación donde se encontraba mi madre. Lo que no pude expresar mediante palabras, lo transmití con la mirada, que fue tan penetrante que con un poco de suerte podría haber llegado a ver incluso su alma de quien me dio la vida.

Conforme iban pasando las semanas, mi madre siguió empeorando, hasta que un día me telefoneó mi tío para comunicarme que había fallecido.

Unos meses después fui acogida por un matrimonio que no podía tener hijos. Se mostraban muy amables conmigo. Hacían lo imposible para que me sintiera bien. Pero me harté de que pusieran tanto empeño en hacerme feliz y de que yo nunca les correspondiera. Un día cogí un papel y les escribí una nota, ya que las palabras no me salían: “La ignorancia es peligro para caminantes. Os ruego que no os molestéis tanto por mí”.

Ellos, al leerla, se echaron a reír y escribieron: “La inocencia es seguridad para los caminantes. Y más si la pequeña aventurera va siempre acompañada”. La leí y me eché a llorar. Desde entonces supe que mis nuevos padres me acompañaban en el peligroso viaje de la vida.

Como consecuencia de aquellas notas, escribí un poema. Un verso decía: “Voy haciendo el camino con el viento, mi bastón y en compañía de Dios”.

***

Termino de narrar mi vida y me quedo expectante, para ver cómo reaccionan mis hijos, que están sentados en el porche junto a mí. Entonces, el más pequeño de todos pregunta admirado:

-¿Podremos volver a hacer el camino contigo, mamá?