VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Un grave error

Alberto Delgado, 16 años

                  Colegio Altocastillo (Jaén)  

Antonio deslizó suavemente sus dedos por el sobre que le acababa de entregar su secretaria. No tenía remitente y estaba muy arrugado, por lo que dedujo que no había llegado a él por correo postal, sino por un mensajero, probablemente de su “contacto”.

Sacó, del primer cajón de la mesa, un abridor con el que le rasgó la solapa. Halló en el interior un papel cuidadosamente doblado. Comprobó que estaba solo y lo desdobló; había unas anotaciones hechas a mano y una fotografía de una chica rubia de ojos verdes con el rostro muy pálido. Interesado, se incorporó del asiento y, ajustándose las lentes, comenzó a leer.

Nombre: Laura. Edad: doce años. Estatura: 1,50 Aprox. Todos los viernes: 18:30-19:00hrs, sola esperando a sus padres en el aparcamiento del polideportivo local.

El resto de la carta terminó por imaginárselo.”Pan comido”, pensó para sus adentros.

Desde hacía cinco años, Antonio recibía periódicamente diversas fotos de personas que su contacto necesitaba que fuesen eliminadas. Junto a ellas adjuntaba información que facilitase su asesinato. De este modo, fue capaz de acabar con la vida de más de diez personas sin que le descubrieran. ”¿Quién iba a sospechar de un honrado y prestigioso abogado?”, pensaba.

Este ansia homicida tenía origen en una enfermedad mental que sufrió con motivo de su desafortunada vida. La muerte temprana de su madre y la ausencia de hermanos le hizo crecer con su padre como única compañía. En el colegio lo tachaban de “raro”, y había sido motivo de risa su marcado carácter antisocial y su obsesión por los estudios. No obstante, siempre tuvo a Luis, el único amigo que le apoyaba y ayudaba en todo, el único que después de treinta años aún seguía a su lado.

El agravamiento de su enfermedad llegó con la muerte de su padre, cruelmente asesinado y abandonado a media noche en la calle con numerosas heridas provocadas por disparos. Tras este suceso, se desató en él una insaciable ansia asesina.

Dedicó bastante tiempo a maquinar la mejor manera de llevar a cabo el nuevo crimen. Mientras se encontraba sumido en sus pensamientos, tres golpes secos en la puerta le sobresaltaron.

-¡Pase!- dijo mientras introducía la carta y la foto en el primer cajón.

-Gracias, Antonio –le saludó Luis-. ¿Puedo sentarme?

-Por supuesto -respondió Antonio tímidamente.

-Vaya desorden que tienes aquí, amigo -se rió el visitante.

-¿A qué debo tu visita? -le cortó Antonio.

-Quería despedirme. Esta tarde me voy del país un mes, a realizar un proyecto con mi empresa..

-¿En serio? ¿Y qué vas a hacer con tu familia? ¿Se va contigo?

Luis negó con la cabeza:

-No, ellos se quedan aquí, con mi suegro.

Tras una breve conversación, le tendió la manoy salió por la puerta. Antonio le observó a través de la ventana cruzar la calle y desaparecer en la lejanía. Luis era el modelo de hombre que siempre quiso ser.

Varios días después, en su oficina y sumido en sus quehaceres, su secretaria le trajo el café y el periódico.

-Muchas gracias, María.

Había un titular que decía con anchas letras de molde: “Chica de doce años asesinada”.

Se fue al centro del diario y continuó leyendo:

“La pasada noche fue encontrada un joven, llamada Laura, dentro de un contenedor de basura. Había sido apuñalada por la espalda varias veces. La policía ya se encarga del caso”.

-Dudo que logren encontrar al asesino -se rió para sí mismo.

Comenzó a trabajar. Horas después la secretaria volvió a entrar en la estancia:

-Perdone, ¿ha leído usted el periódico? -preguntó con timidez.

-Sí. ¿Quieres cogerlo?

-No es eso… ¿Se ha fijado en la foto de de la chica que ha sido asesinada?

Antonio se puso algo tenso.

-Sí, pobrecita. Es una lástima, pero déjame trabajar; tengo mucho que hacer.

-¡Cómo puede usted permanecer indiferente cuando han asesinado a la hija de su amigo Luis!

Antonio palideció. Balbuceando, preguntó:

-¿De mi amigo Luis?

-Sí. Siempre que él venía a visitarle, la dejaba a mi cargo y yo cuidaba de ella.

Antonio la miró con horror.

- ¡Largo de aquí! -gritó con rabia.

Al cabo de media hora, salió de su despacho con un maletín negro. Se dirigió a María, dejando un sobre en su mesa.

-Esto es lo que te debo de este mes y de los tres próximos, hasta que encuentres otro empleo. Llévale a Luis la carta que hay sobre mi escritorio.

Y se marchó.

Sobre la mesa, en efecto, había un sobre y junto a él la foto de la chica. En el monitor del ordenador, la secretaria descubrió la imagen de un billete con destino a Sudamérica. Y en el suelo, un papel arrugado. Lo desdobló y comenzó a leer:

“Nombre: Laura. Edad: doce años...”