V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

Un héroe anónimo

Sofía Sakr, 16 años

                Colegio Guaydil (Las Palmas)  

Estaba sentado ante una pantalla en la que giraba una aguja sobre un círculo verde en el que parpadeaban varios puntos del mismo color. En la sala se respiraba una relativa calma, refrescada con el aire acondicionado que les llegaba desde los conductos de ventilación. Hacía ya meses que estaban en guerra y a él, junto a varios compañeros, le habían asignado el control de una de las zonas más importantes, el lugar en el que se producían las entregas del material bélico necesario para reabastecer los puestos fronterizos.

En esos momentos, por fallos en la logística, los aviones enemigos hostigaban a los pocos defensores que quedaban en el aire. Éstos últimos se internaban en las poblaciones civiles menos habitadas, en un vano intento de escapar de los designios de la muerte, evitando causar grandes daños.

El controlador aéreo se centró en uno de los puntos de la pantalla, al que seguían otros dos. Se colocó los cascos y estableció contacto con el piloto.

El aviador se encontraba lejos de casa, en uno de esos cacharros flotantes a los que se había consagrado y que, en los últimos días, le había hecho pensar en la probabilidad de que se convirtiese en su ataúd. Sobrevolaba unidades arrasadas por el fuego rival, realizando piruetas imposibles en el cielo con tal de sobrevivir. Un zumbido rompió su concentración, un instante fatal en el que su aparato recibió de lleno uno de aquellos tiros.

Una voz comenzó a hablarle rápidamente:

-¡Tienes que salir de ahí!

El joven apretó los dientes y movió los mandos de la aeronave para realizar un quiebro.

-¡Pulsa el botón de emergencia!- repitió la voz.

El piloto pensó en la posibilidad de buscar su salvación mediante un impulso que le disparara fuera de la cabina. Una nueva sacudida, más fuerte que las anteriores, le hizo experimentar el terror de una muerte segura. Sus dedos se deslizaron hacia un botón rojo mientras algo comenzaba a pitar. Vio por la ventanilla una pequeña ciudad en la que reconoció el color terroso de los colegios y el blanco de las casas.

Un escalofrío recorrió su espalda al recordar a todos los muchachos que habían estudiado con él en la escuela y que habían dado su vida para salvar un bien mayor. Quiso parecerse a ellos, pasar a la Historia por haber salvado a sus compatriotas y por luchar por la libertad. De su ensueño lo sacó la voz asustada de su compañero en infortunio:

-¡Cómo no salgas de ahí, te vas a matar!

Él le contestó, tratando de dar fuerza y valentía a sus palabras, con sentimientos que en ese momento no sentía.

-Prefiero morir con la conciencia tranquila a salvarme y matar a inocentes que nada tienen que ver con esta guerra. Además, ¿quién me asegura que sobreviviré?

Aferró con fuerza los controles y dio media vuelta en el aire, internándose en el ardiente y silencioso desierto. Un golpe sordo y otro estallido. El motor renqueaba y de una de las alas comenzó a salir un humo denso y oscuro provocado por un proyectil. El sudor perlaba su frente y en la cabina se filtraba el olor del combustible y el calor de la seca llanura.

De pronto se hizo el silencio, el característico rugido de la turbina se detuvo. Sólo se escuchaba el cortante sonido del viento contra los costados del aparato. Tuvo miedo. El suelo se acercaba con rapidez abrumadora y…

En la sala todos presentían un desastre. Las puertas se abrieron con estrépito y entró un hombre jadeante:

-Han atacado una de nuestras ciudades. No queda nada en pie -tragó saliva-. Sólo han dejado escombros y cadáveres.

Un ronco murmullo recorrió la habitación y se transformó lenta e inquebrantablemente en un rugido de furia. La fuerza y la voluntad se asentaban con fuerza en sus corazones. El orgullo había vencido a la desesperación.