V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

Un héroe con ruedas

Gloria Arcusa, 15 años

                  Colegio La Vall (Barcelona)  

Era una mañana soleada. Joaquín insistió a Álvaro para ir a pescar juntos, pero éste se negaba. Aunque lo intentó una y otra vez, no consiguió ningún resultado. Como eran buenos amigos, la complicidad marcaba terreno:

-¿Por qué no quieres venir? -insistió-. Te apasiona la pesca. Antes del accidente aprovechabas cualquier oportunidad durante la temporada.

-Tú lo has dicho: “antes del accidente” -murmuró cabizbajo–. Ahora no tengo ánimos para hacer apenas cosas. Me siento inútil, impotente en esta silla de ruedas. Mi estado físico ha afectado a mi interior. Me siento incapaz de seguir con la rutina de antes, mirar a mis hijos con los mismos ojos… ¿Tú sabes cómo me siento cuando me despierta mi hijo incitándote a jugar con él? Tengo que decirle, con amabilidad, que no es posible... Claro, no lo entiendes. Vosotros creéis saber cómo me siento. Intentáis comprenderme, pero no podéis meteros en mi piel.

Joaquín le respondió:

-Es decir; que no piensas hacer nada de provecho con tu vida. ¿Pretendes quedarte ahí sólo mientras transcurre el tiempo? ¿Es que, acaso, no te das cuenta de lo mal que lo ha pasado tu familia? Y ahí siguen, apoyándote en todo momento. ¿No crees que les debes algo a cambio? Sonrisas, esfuerzo, entrega, atención…

Luis, el benjamín de la familia, estaba escuchando aquella conversación del otro lado de la pared. De pronto, un impulso le llevó a los brazos de su padre.

-Papá, no te hagas el importante -le dijo–. ¿O es que te has olvidado de que eres el mejor papá del mundo? Y, además, eres un héroe con ruedas -finalizó con picardía.

-¿Cómo sabes que soy un héroe...? Anda, vámonos todos a pescar.

El niño se dirigió, jubiloso, a su habitación para preparar la mochila.

Álvaro, Joaquín y Luis cogieron el coche y se pusieron rumbo a Asturias. Al llegar al lago, Luis recorrió la orilla buscando peces con su inocente mirada. Desanimado, se dirigió a su padre:

-Papá, me parece que saben que hemos venido y se esconden.

-No, Luis. Lo que pasa es que no los vemos porque el agua es oscura.

-¡Ah…! -exclamó como si entendiera.

Sacaron las cañas de pescar. A la media hora, el niño había perdido la paciencia.

-¡Ha picado! ¡Algo ha picado! -gritó Álvaro con vivacidad.

Empezó a tirar de la caña. El sedal se tensaba ante la resistencia del pez. En un tirón, Álvaro se calló de la silla de ruedas. Se empapó la ropa y dejó libre al pececito. Su amigo y el niño rompieron el aire a carcajadas. Álvaro se sumó a la algarabía.

Cuando anocheció, los tres tenían la sensación de haber pasado un día inolvidable.