VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Un huevo y dos vecinas

Macarena Quintanilla, 15 años

                Colegio Entreolivos  

-Clarita, ¿estás segura de que te encuentras bien?

-Sí-respondió ella-¿Por qué lo dices?

-Bueno…-dijo mirando al pequeño objeto blanco que le había dado.

-¡Oh!, perdona, con lo poco que se parecen un huevo y un ajo… -dijo cogiéndoselo de la mano-. No sé que me pasa hoy, creo que estoy un poco cansada.

Elena sonrió. No hacía falta ser una adivina para saber que no todo iba bien.

-¿Sabes?-le dijo cuando Clara volvió de la cocina-, no es bueno que te quedes con la angustia. Hará que te sientas peor.

Clara se quedó desconcertada. Sintió que le fallaban las fuerzas y unos lagrimones enormes le nublaron sus pequeños ojos marrones y rodaron por su cara. Elena la tomó de la mano y la sentó en el sofá.

-Mira -le dijo-, esta tarde tengo mucho trabajo. Tengo invitados a cenar…

-No importa, lo mío no es importante…

-Pero podemos hacer una cosa, ¿por qué no te vienes a casa, me ayudas con la cena y te quedas a la fiesta?

-No sé…No quiero molestar.

-Vamos, no me causa ningún problema. La que molesta soy yo, queriendo que me ayudes con la cena y vaciándote la despensa de huevos.

-Bueno, entonces creo que sí.

-¡Perfecto!

Fue una velada fantástica. Los chistes y las risas duraron hasta tarde. Elena hizo todo lo posible para que Clara olvidara por un rato lo que había pasado.

-Gracias por todo. No sé como agradecértelo.

-No es nada, la que me importa eres tú.

Miró un momento a aquella chica joven que tenía delante.

- Si necesitas algo, me lo pides.

-La verdad es que necesito que me hagas un favor: quiero desahogarme del todo, necesito contarle a alguien lo que ha pasado, por mucho que me duela, y la única en la que puedo confiar es en ti.

-De acuerdo. Mañana podríamos quedar en la cafetería en la que trabajo. A las diez ¿vale?

Al día siguiente, se encontraron allí. Era una mañana de invierno algo oscurecida por la niebla, pero el café de Elena, que estaba en la esquina de la calle en la que vivían, era un lugar cálido, muy agradable. Clara le contó a su vecina, mientras tomaban algo, todo lo que le había pasado.

-Hace más o menos un año me casé con Javi; seguro que lo conoces. Era un chico muy bueno, lo quería, pero tenía algunos problemas con el alcohol. Aunque él no quería que tuviéramos hijos, hace poco descubrí que estaba embarazada. Él reaccionó de una manera muy extraña (después me di cuenta de que había vuelto borracho aquel día): se puso violento, me gritó y al final se fue de casa, me dijo que no volvería. Me quedé allí sin poder hacer nada…-cogió aire, era difícil no llorar-Un buen rato después vino a policía. Me dijeron que Javi había tenido un accidente gravísimo y que había muerto…

No podía seguir, recordarlo le hacía sufrir tanto...

Elena la miró, seria. Sí, había oído contarlo a alguna vecina. Sintió un nudo en el estómago. No sabía si era un defecto o algo bueno, pero ponerse en la piel de otros no era difícil para ella; le dio la impresión de que le había pasado a ella misma. Sintió que debía ayudarla.

-Mm… ¿Qué carrera has estudiado?

- Magisterio, pero todavía no me he puesto a buscar trabajo.

-¡Ah!, qué bien. Mientras lo encuentras, puedes trabajar aquí.

-¿Y el bebé?

-Te ayudaré. Tengo varios hijos ya mayores, pero creo que me acuerdo de cambiar un pañal.

-Gracias, Elena, no sé cómo estaría ahora sin ti.

****

Pasaron varios meses. Clara sonreía agotada por el esfuerzo, tumbada en la cama de la habitación del hospital junto a un precioso bebé. Elena y su marido estaban allí. Clara no dejaba de repetir:

-¡Lo que han cambiado mi vida un huevo y una vecina!