VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Un monstruo en el armario

Aloma Riera, 15 años

                 La Vall (Barcelona)  

-Mamá…

La señora Riba abrió los ojos y los volvió a cerrar: las cuatro y media de la mañana. Lanzó un suspiro, miró a su hija de cinco años y puso su mejor sonrisa.

–¿Qué pasa, Michelle? –puso esfuerzo en parecer interesada.

-No puedo dormir –respondió.

–¿Y eso? –preguntó su madre, enderezándose y apoyando la espalda en el cabecero de la cama–. ¿No tienes sueño?

–No es eso. Es que tengo miedo –declaró la niña.

Después se giró para comprobar que nadie le seguía. Cogió aire y, con solemnidad, como quien va a revelar un gran secreto, pronunció:

-Hay un monstruo en mi armario.

A la señora Riba se le escapó la risa, pero al ver la cara de la niña, intento parecer preocupada.

–¿De veras? ¿Y cómo es?

-Pues… Es que no lo he visto. ¡Solo oigo como rasca la puerta del armario con sus enormes garras! Y por la puerta entreabierta me ha parecido verle un poco: ¡es muy peludo! –afirmó, convencida.

La señora Riba compuso un gesto asustado.

–Por lo que dices, parece peligroso… Creo que lo mejor será que te quedes a dormir en mi cama y que dejemos al monstruo arriba –calló un momento para, acto seguido, añadir con picardía- He oído que a los monstruos les gusta comerse los juguetes de los niños… En fin, ¡tendrás que quedarte sin ellos!

Tal y como esperaba, vio entristecerse la cara de Michelle. Entonces sugirió, como sin darle mucha importancia a la idea:

– A no ser que subamos juntas, para ver cómo echarlo.

Miró de reojo a su hija, a la que se le había iluminado el rostro con aquella muestra de complicidad. Sin embargo, la señora Riba prosiguió:

–No, definitivamente no. Es demasiado peligroso. Será mejor que nos quedemos aquí.

Michelle le miró y dijo decidida:

-No. ¡Vamos juntas a echar al monstruo!

La señora Riba sonrió, salió de la cama, se puso el batín y las zapatillas y salió al pasillo seguida por Michelle. Madre e hija subierion la escalera de caracol que llevaba a las habitaciones de los niños. Al llegar a la de Michelle, la niña se quedó atrás, un poco asustada. La madre le sonrió, hizo gesto de tener una idea y le susurro al oído:

–¡Vamos a darle un susto al monstruo! Nos acercamos al armario, yo abro una puerta y tú la otra. Entonces le pondremos la carota más fea que nos salga. ¿De acuerdo?

Michelle asintió con la cabeza. Juntas entraron en la habitación, caminando de puntillas e intentando no hacer demasiado ruido. Cada una cogió una puerta del armario, contaron hasta tres con los dedos y… “¡Buh!”.

Vieron una sombra gris que salía corriendo del armario y se escondía debajo de la cama. En la oscuridad, madre e hija vieron brillar los ojos de Calcetines, el gato de la casa.