VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Un mundo vacío

Maite Merino, 13 años

                 Colegio Fuenllana (Madrid)  

Lucas y su padre aterrizaron en una plaza desierta. Recorrieron en silencio las calles de una ciudad fantasma. Allí no había nadie. Ni hombres, ni mujeres, ni niños, ni animales. Nadie. Llegaron a un callejón sin salida donde había un montón de paja. Estaban agotados así que se tumbaron y a los pocos momentos se quedaron dormidos. A la mañana siguiente, se despertaron sobresaltados. No se oían los cantos de los pájaros ni los gritos de la gente. No olía a pan horneado ni a bollos recién hechos. Fueron a su nave a buscar comida, ya que allí tenían muchas provisiones.

Todo había empezado cuando el padre de Lucas, un famoso inventor, decidió construir una máquina del tiempo para viajar al futuro. Tras muchas complicaciones, embarcó en ella y partió con su hijo Lucas. Habían aterrizado en un Madrid diferente. Estaban en el año 3000.

Cuando terminaron de comer, escucharon unos sollozos provenientes de un edificio cercano. Se acercaron para averiguar qué estaba pasando y encontraron a una niña pequeña llorando en un oscuro rincón. Se asombraron de encontrarla allí sola y Lucas le preguntó:

-¿Qué te pasa?

-Mi abuela ha muerto esta mañana -contestó con desconsuelo-. ¿Quiénes sois?

-Somos humanos, como tú –le explicó Lucas-. ¿Qué ha pasado aquí? ¿Por qué está todo vacío y abandonado?

-Hace unos años se inventó una máquina para viajar a todos los planetas de la galaxia. Poco a poco, todo el mundo fue abandonando la Tierra, buscando otros planetas mejores y más atractivos que la Tierra. Yo vivía con mi abuela. Ella era anciana y no podía hacer un viaje tan largo. Nos quedamos aquí y vimos como nuestro querida ciudad se iba quedando sola y abandonada. Mi abuela acaba de morir y ahora yo me he quedado sola.

Lucas, su padre y la niña (que se llamaba Ana) estuvieron vagando por la ciudad. Era triste y solitaria. No tenía vida: era una ciudad muerta. Aquella noche ninguno de los tres pudo conciliar el sueño pensando en una solución para la situación.

Al día siguiente el padre de Lucas tuvo una gran idea.

-Construiremos una gran máquina. Con ella mandaremos mensajes de socorro a todos los lugares del Universo.

Los niños asintieron emocionados. Trabajaron en ella toda la mañana y, gracias a su ilusión por terminarla, al mediodía había en el centro de la plaza una gran máquina majestuosa de la que dependía la suerte de todos ellos. El padre de Lucas la puso en marcha. Sonó un pitido y de ella salieron miles de cohetes de colores. En ellos estaba toda su esperanza.

Después de la emoción vivida, decidieron aguardar una respuesta. Esperaron durante horas, días, semanas, meses... Y un día, cuando creían que ya no quedaba ninguna posibilidad, sonó un estruendo y cayó una bola fluorescente del cielo. Corrieron emocionados al lugar donde había caído y se quedaron asombrados cuando de ella salió una voz diciendo:

-Hemos recibido vuestro mensaje. Visitaremos Madrid y, si nos gusta, nos quedaremos a vivir allí. Llegaremos mañana en una gran nave roja. Muchas gracias y hasta pronto.

Estaban entusiasmados. Se prepararon para dar una buena impresión a los visitantes y hacia el mediodía vieron un resplandor en el cielo que provenía de una gran nave que aterrizó en el centro de la Plaza Mayor. De ella bajaron dos familias: cuatro padres y ocho hijos. Visitaron alegremente la ciudad y les gustó tanto que decidieron quedarse a vivir en ella. Como estaba destrozada, el padre de Lucas construyó una máquina preciosa que podía cambiar todo y construir una ciudad a su gusto. Tiraron las casa viejas, construyeron casitas bajas con jardín. Hicieron parques y espacios verdes. Retiraron los coches de las calles y los lanzaron al espacio y, en su lugar, construyeron carriles-bici. Les quedó una ciudad preciosa. Una de las familias adoptó a Ana. Lucas y su padre decidieron quedarse a vivir en el nuevo Madrid.

Años después, la tierra volvió a repoblarse.