XXI Edición

Curso 2024 - 2025

Alejandro Quintana

Un nuevo mundo 

Ariadna Dalmau, 14 años

Colegio La Vall (Barcelona)

La nave aterrizó en un calvero de la selva. El paisaje era extraño, exótico y colorido, muy distinto a lo que cualquier ser humano hubiera podido imaginar. 

–Abrid las compuertas.

Los tres astronautas dieron unos pasos sobre una arena azul en la que quedaron grabadas las huellas de sus botas. Un sol rosado tintaba el cielo y la suave brisa mecía una arboleda de sorprendentes formas.

Aquel era el destino al que habían llegado después de años de viaje e investigación. Partieron de la Tierra poco antes de que quedara destruida a causa del daño provocado por internet. Hacía años que los jóvenes habían perdido el interés por el esfuerzo intelectual, pues las máquinas resolvían todos sus problemas. La red electrónica había puesto fin a la creatividad, la curiosidad y la imaginación. Desde hacía lustros nadie deseaba aprender. «¿Para qué», se justificaba la gente, «si la pantalla nos cuenta todo lo que necesitamos saber?».

Cuando la contaminación amenazó con arrasar la vida inteligente en la Tierra, los gobiernos no encontraron a nadie que estuviera preparado para evitarlo. El planeta dejó de ser viable para la supervivencia humana, de modo que el lejano Molumo se convirtió en la única esperanza para la humanidad.

Eran diez astronautas los que pisaban esa superficie por primera vez. Se habían preparado durante años para aquel momento. Su entrenamiento consistió en aprender a colocarse los trajes y comunicarse mediante signos, también en prepararse para sobrevivir a las situaciones más extremas. Pese a todo, al verse en medio de aquel paisaje fascinante, la inseguridad y la incertidumbre no los abandonaba. Caminaron lentamente entre la densa vegetación, condicionados por un miedo que no lograban disimular.

Sostenían las armas cargadas en los brazos, con las que apuntaban al frente mientras se adentraban en el bosque. Era allí donde la humanidad podría encontrar una segunda oportunidad. Era cierto que no había colegios ni centros comerciales, pero los astronautas sabían que allí podrían dar a sus hijos una vida mejor que la que tuvieron en la Tierra.

De repente un grito rompió el silencio. Todos se giraron hacia la dirección de donde provenía. Descubrieron que Markus estaba tirado en el suelo, con el pánico reflejado en la mirada. Una rama había desgarrado una de las mangas de su traje. En unos minutos se dieron cuenta de que el aire desconocido de Molumo no les afectaba a los pulmones ni a la piel. 

Al comprobar la compatibilidad del cuerpo humano con aquella atmósfera, se les disipó la tensión: aquel accidente les permitía confirmar que el aire de la selva no era tóxico.

Marcos, el líder de la expedición, encendió su walkie-talkie y gritó con emoción:

—¡No tenemos nada de qué temer! ¡Comprobado: se puede respirar!

Desde la nave, el resto de los compañeros que formaban la expedición recibieron aquellas palabras con alegría. Se abrazaron entre risas y lágrimas de felicidad. Acababa de concederse a los hombres una nueva oportunidad.

—Bienvenidos a un nuevo hogar –saludó en general Romero desde el tablero de mandos de la nave–. ¡Misión cumplida!

…                                            

El niño cerró el libro y lo dejó a un lado. Estaba exhausto, pues para leer necesitaba realizar un gran esfuerzo. Avanzar por cada página le exigía un ambiente de silencio con el que poder concentrarse y, así, avivar su imaginación. Había logrado resistir durante unos minutos, pero una pantalla luminosa que estaba siempre a su alcance acababa de captar su atención. Ante la posibilidad de abandonarse al capricho de un juego electrónico, hasta la salvación de la humanidad en el planeta Molumo era algo prescindible.