III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

Un soldado. El soldado

Santiago Cubillo, 14 años

                 Colegio El Prado (Madrid)  

    Un soldado. Un fusil en las manos del soldado. Una ropa gastada envolviendo al soldado. Unas agujereadas botas cubriendo los pies de soldado. Una posición que mantener. Unos pensamientos que revolotean en su cabeza como funestos pajarillos. Y eso es todo.

    El soldado tiembla. Tiene miedo. Escondido en una trinchera. Escondido en un agujero embarrado. Rodeado por otros soldados semejantes a él. Rodeado de caras inexpresivas, como la suya. El soldado teme a la muerte.

    Llegan noticias y el soldado no las conoce. Sólo oye los ánimos de un sargento con mirada de resignación. Sólo ve rostros de fatalidad en el alto mando. Pero lo entiende: va a morir.

    El soldado evoca recuerdos sepultados por el tiempo. Una infancia feliz. Amigos perdidos. Un amor olvidado. Unos padres lejanos. Recuerda su adolescencia. Recuerda su juventud. Recuerda el triste día en el que su patria entró en guerra. Y recuerda el amargo día en el que fue reclutado para matar y morir en una guerra que no era suya. Y comprende que ese no es su sitio. Pero eso ya da igual. Va a morir.

    Y el soldado reflexiona. Reflexiona sobre la vida. Reflexiona sobre la muerte. Vivir para morir. ¿Es qué la vida es efímera?¿Entonces, para qué seguir sufriendo? ¿Por qué no acabar ya con todo? ¿Es qué hay alguna razón para vivir? ¿O es que el ser humano es tan solo un animal inteligente que solo sirve para preservar la especie? ¿Pero los animales se quitan la vida? ¿Y la capacidad de hacerlo, no significa que tenemos una libertad? ¿Es justo que los que hacen distinto uso de esa libertad mueran igual? ¿No debería haber algo más allá de la...

    Un silbido. Un soldado cae para no levantarse más. La masacre ha comenzado. Las balas sobrevuelan la trinchera. Algunos soldados, cansados y hambrientos, se resguardan. Otros contestan a los disparos, encaramándose al saliente. Pero muchos mueren. La persona que esta junto al soldado se asoma. Y muere.

    Una granada explota a pocos metros de su posición. Cuatro o cinco reclutas salen despedidos por los aires. Un objeto golpea al soldado en la cabeza. Oscuridad. El soldado despierta en la oscuridad. Huele a tierra. Es una cueva de tierra. Su formación lo ha salvado. Está vivo. Enterrado vivo. Pronto se da cuenta de su precaria situación. Desesperado, comienza a excavar hacia arriba con las manos, y toca algo frío. Una pequeña avalancha de tierra le cae encima. Luz. Está cerca de la superficie. Escala dificultosamente el trecho que lo separa del exterior. Y sale a la luz. Es libre.

    Cuando sus ojos se acostumbran al sol, observa con horror su tumba. Era su trinchera, ahora destruida. Y observa la cabeza que se vislumbra en el agujero. Un cadáver.

    Y comprende. Comprende cómo el enemigo ha usado su trinchera como fosa común. Y comprende como ese cadáver le ha salvado la vida, impidiendo su asfixia. Un escalofrío le recorre la espalda. Y huye. Corre. Corre hasta que exhausto, cae al suelo.

    Y al despertar se encuentra en una cama. Tiene vendada la cabeza. Es un hospital de campaña. Pero enemigo. Un militar se acerca sonriendo. Y le habla en su idioma:

    -La guerra ha terminado.