V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

Un tesoro literario

Marta Cabañero, 14 años

                Colegio IALE (Valencia)  

-Hola Annie. Acabo de descubrir algo sumamente interesante. ¡Tienes que verlo! Me teletransportaré a la estación en diez minutos. Regreso de la congelada Península Ibérica. Te veré pronto.

La figura del compañero del trabajo de Annie se desvaneció en su mano. Tenía que darse prisa si quería llegar a tiempo para recoger a Leo en la estación.

Se asomó a la terraza de su estudio. Allí le esperaba su Turbo-Jet 500, listo para el despegue. Se sentó y una cúpula transparente se cerró por encima de su cabeza. Mil botones se encendieron al detectar su presencia. La chica pulsó el piloto automático.

-Velocidad –reclamó la nave.

-Doscientos cincuenta metros por segundo.

-Destino.

-Estación de teletransporte –contestó.

Annie se acomodó en su asiento mientras la nave despegaba con suavidad.

Sabía que llegaría antes teletransportándose desde su casa, pero no le gustaba. Eso de que las células se dividiesen y volvieran a juntarse..., le daba mala espina.

¿Qué era lo que querría contarle Leo? Sería otra costumbre de las que utilizaban los antiguos habitantes Ibéricos. ¡Seguro!

<<Menos mal que yo no tengo que viajar a Europa>>, pensó. <<Odio las tierras heladas e inhóspitas. Prefiero trabajar en el Hemisferio Sur>>.

Se detuvo en el aire, a pocos centímetros de la terraza de la estación. Se desplegó una pequeña escalera y Annie descendió por ella.

-¡Annie! -era Leo, que aún iba vestido con la ropa del Norte y no se percataba de las miradas de la gente.

-¿A qué viene tanta prisa? –preguntó ella sonriendo. Leo iba peor vestido que un astronauta del siglo XXI.

-¡Los antiguos terrícolas eran más creativos de lo que imaginábamos! ¡Tenían ordenadores y...!

-¡Shhh! Se supone que no podemos investigar sobre los “antiguos” después de lo de la plaga...

-Pobres los del hemisferio Norte, de verdad. Entre la glaciación, la sequía y la plaga del 2500... –se lamentó el muchacho.

-Subamos al coche y me lo explicas con más calma.

-No. Vamos a teletransportarnos, que así llegamos antes. Dile a tu nave que vuelva sola.

A regañadientes, Annie se dirigió a su maravilloso Turbo y tecleó el camino

de regreso. De seguido se introdujo en un extraño cubículo y pronunció su

destino en voz alta. Se encendieron varias luces de colores y notó cómo el cuerpo se le desvanecía... Flotaba… Y... La sensación desapareció tan rápido como llegaron. Annie sentía un ligero mareo y rigidez. Le costó acostumbrarse de nuevo a su cuerpo, hasta que Leo abrió la puerta de un tirón.

-¡Venga! Tu lento coche aún va a llegar antes que nosotros –rió alegremente.

Él estaba más acostumbrado a esos viajes. Se encaminó al ordenador principal del apartamento, una pantalla enorme, transparente y más fina que el papel.

Rozó la pantalla y el minúsculo USB que llevaba insertado en el dedo se encendió, al igual que el ordenador.

-Memoria encontrada –informó la pantalla.

-¡Abrir! –replicó Leo, ansioso.

-Error –pronunció el ordenador.

-No reconoce tu voz. ¡Abrir! –repitió Annie.

La computadora obedeció instantáneamente y empezó a mostrar una serie de imágenes de televisores y antiguos ordenadores.

-¡Maravilloso! –susurró ella.

-Pues esto no es lo importante. He descubierto que se comunicaban con un medio mucho más rudimentario: la escritura.

Annie se llevó las manos a la cabeza.

-¡Creía que la escritura era un mito! –exclamó.

-Pues no lo es. Y lo mejor viene a continuación: he visto que imaginaban historias. Con la escritura plasmaban sus pensamientos en artículos y relatos. Además, he encontrado un tesoro de este tipo de literatura.

-¿El qué?

-Mira la imagen. En este “periódico digital” de la época se menciona muy a menudo una página web. Ayúdame a buscarla en los diccionarios antiguos de Internet. Me muero de curiosidad por saber lo qué pone...

Con entusiasmo empezaron la investigación. Tradujeron los símbolos al idioma universal y, después, al suyo propio. Por fin, al cabo de un buen rato, lo consiguieron. La famosa web en donde estaban aquellas hermosas historias se llamaba Excelencia Literaria.