XXI Edición
Curso 2024 - 2025
Un trayecto crucial
Núria Torrents, 17 años
Colegio La Vall (Barcelona)
El resoplido del autobús al detenerse le avisó de que su espera había terminado. Ascendió por la escalerilla no sin un ápice de duda y nerviosismo. Cogió con torpeza un par de monedas del bolsillo, que tintinearon sobre la bandeja que había junto al conductor, quien le entregó un billete. Avanzó por el pasillo y se acomodó en un asiento junto a la ventanilla.
Empezó a repiquetear los dedos sobre su pierna derecha, que enseguida se contagió de ese movimiento reiterativo. Distraído, coló la otra mano en otro bolsillo y rozó la suave superficie de una pequeña caja de terciopelo. La llevaba allí escondida desde hacía unas semanas. De seguido prendió un pitillo y le dio una larga calada.
El autocar se detuvo en la siguiente parada. Al llegar a su altura, una señora de edad avanzada, que tiraba de un carrito de la compra, arrugó la nariz.
–Disculpa, joven –carraspeó–. Está prohibido fumar en los transportes públicos.
El aludido alzó la vista, para encontrarse con un rostro afable, surcado de arrugas.
–Perdone; ni me había dado cuenta. Últimamente no sé dónde tengo la cabeza –dijo en un murmullo mientras apagaba el cigarro contra la suela de su zapato.
Ella tomó asiento junto a él.
–A ver hijo, cuéntame… ¿Qué es lo que tanto te preocupa?
El joven observó la mirada comprensiva de la mujer. Jugueteó un rato con la colilla y, sin pensárselo, le reveló la causa de su desasosiego:
–Verá, hace ya tres días que me acerco a la estación de autobús, pero hasta hoy no me he decidido a tomarlo –. Miró de soslayo a su acompañante, que le hizo un gesto para que continuara. El chico tomó una bocanada de aire y fue al grano–: Unas semanas atrás fui a una joyería y compré un anillo de compromiso.
La anciana lanzó un pequeño grito de emoción.
–Qué romántico. ¡Muchas felicidades! –. El chico, sin embargo, la miró apenado–. Pero… ¿a qué se debe esa cara tan larga?
Él bajó la mirada.
–Que me da miedo dárselo –reconoció.
–Así que temes una negativa por su parte… –. Él asintió– ¿Y cómo podrás saber si acepta si no se lo preguntas? Vale la pena intentarlo antes de que sea demasiado tarde.
El muchacho levantó la cabeza de golpe.
–¿Cómo que antes de que sea demasiado tarde?
–Sí hijo –le respondió–. A mí me sucedió lo mismo. Como el que era mi novio no tuvo coraje para pedir mi mano, me marché a los Estados Unidos y allí conocí a otro –al contemplar el semblante de su compañero de asiento, la anciana se apresuró a decir:– Eso no significa que vaya a sucederte lo mismo; sólo intento decirte que no dejes que el miedo se apodere de ti.
Javier arrugó el ceño.
–Bueno, ya hemos llegado a mi destino –la señora se puso en pie, dando por terminado el coloquio–. Muchos ánimos. Y recuerda: aquel que nunca lo intenta, es aquel que nunca lo consigue. Por suerte, mi historia acabó con un final feliz.
–Explíquese.
–Un año más tarde regresé de América, y aquel novio temeroso se plantó en mi casa y al fin me propuso matrimonio. A día de hoy es mi marido. Nos hubiéramos ahorrado mucho dolor si hubiese hablado a su tiempo –tomó el carrito por el asa–. Adiós joven. Y mucha suerte.
Javier se quedó cavilando. Poco a poco le fue invadiendo una sensación de tranquilidad y confianza. Se puso en pie, dejó la colilla sobre su asiento, apretó el botón con el que se solicita “Próxima parada” y de un saltó llegó a la acera. El autobús volvió a poner en marcha sus mecanismos y se alejó hasta la esquina de la calle, en donde dio una sacudida para girar a la derecha. Entonces, el pitillo a medio consumir cayó al suelo.