VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Un vaso de vino tinto

José María Jiménez Vacas, 14 años

                  Colegio El Prado (Madrid)  

Era una taberna modesta, de moscas y tapas rancias, de alcohol doméstico y fritanga, de pátina de grasa y una cabeza de jabalí mal disecada, rohída por la polilla. La madera del cartel que la anunciaba se encontraba carcomida, presentando un aspecto de lámina de corcho, y las puertas apenas se sostenían en los goznes.

De cuando en cuando surcaba la puerta algún vecino con deseos de plática. Se acodaba en la barra y pegaba la hebra con el tabernero, que siempre iba con los brazos remangados y un paño al hombro. El negocio apenas le dejaba para comer; tampoco necesitaba más.

El único cliente fijo era un triste hombre que pasaba el día ahogando sus penas en vino peleón. Un vaso de tinto. Y luego otro, hasta que perdía la cuenta. A decir verdad, el bar era como su casa: casi no salía de él. También era el único amigo del tabernero.

A medianoche, el tabernero y su cliente salían de la tasca y daban un paseo hasta sus respectivas casas. Al final del trayecto, se despedían hasta el día siguiente.

Al amanecer, el viejo tabernero volvía siempre a su puesto, tras la barra, y el borracho, poco después, ocupaba su asiento habitual. Los días pasaban, monótonos, entre empolvadas botellas. Ya no tenían temas de conversación. Cuando el tabernero acababa de limpiar el local, se sentaba en su taburete y esperaba nuevos clientes. El borracho, en cambio, clavaba los ojos en su vaso de vino. De vez en cuando emitía un gruñido y echaba un trago.

Una noche, cuando el tabernero se disponía a cerrar el local, observó a su amigo con la cabeza apoyada sobre el mostrador, cosa común a esa horas tardías. Se dispuso a despertarle, propinándole unos amigables golpes en el hombro, pero no obtuvo respuesta. Entonces le golpeó con más fuerza y el borracho se desplomó sobre el suelo.

Un mes después, un hombre entró en la taberna y se sentó en el taburete que, día tras día, había ocupado el borracho. El tabernero le observó con tristeza. Había algo en aquel cliente que le recordó a su amigo.

El hombre miró dubitativo hacia los estantes repletos de botellas. Finalmente, pidió un vaso de vino tino.