XVII Edición

Curso 2020 - 2021

Alejandro Quintana

Un viaje por el cosmos 

Álvaro de Rábago, 16 años

Colegio Munabe (Vizcaya)

El Cosmos es usted, soy yo. Es la Tierra, es el mar. Es el cielo, es el aire. Es todo lo que es, lo que ya ha sido, o lo que alguna vez llegará a ser, porque todo lo que existe, existió o existirá forma parte de algo mucho más grande: el conjunto del Cosmos. Sin embargo, hasta donde nosotros sabemos, este conjunto de lo que existe no estuvo siempre ahí. Nada es eterno, y el Cosmos no es una excepción. Todo cuanto existe tiene inicio y final. No obstante, nuestra intuición nos empuja a explorar, investigar y descubrir. Y como niños, buscamos conocer el porqué de las cosas.  

Con este fin, y tras siglos de pasos en la frontera de lo real y lo sobrenatural, hemos desarrollado un sistema de obtención de verdades mediante la razón y la experimentación demostrable. A este método lo llamamos Ciencia, y es gracias a ella que hemos empezado a desentrañar las verdades ocultas en el Cosmos, incluido su propio origen, es decir, el nacimiento del Universo.

Al principio todo era nada. No había Tierra, no había mar, no había sol, no había espacio, no había tiempo sino una singularidad infinitamente diminuta. Hace aproximadamente 13.700 millones de años, movida por un motor que aún no entendemos del todo, la singularidad comenzó súbitamente a expandirse en un proceso al que se le ha llamado Big-Bang. Es la hipótesis más plausible de la que disponemos para explicar el origen del Universo, pues gracias a esa explosión comenzó todo, incluidos el tiempo y el espacio. De momento es imposible saber qué ocurría antes del Big-Bang. La propia pregunta carece de sentido, ya que el tiempo no existía. 

Tras la explosión, que dio lugar a la creación espontánea de espacio, tiempo y materia, el Universo fue durante miles de años poco más que una incandescente sopa de plasma, formado por partículas elementales, demasiado caliente para que se formaran siquiera los átomos. Hoy conocemos el aspecto que tuvo el Cosmos por entonces, porque está reflejado en lo que llamamos Radiación de Fondo Cósmico de Microondas, y desde luego no es un panorama demasiado acogedor. Sin embargo, poco a poco el Universo fue enfriándose mediante su rápida expansión, que continúa a día de hoy, posibilitando la creación de átomos. En el cuatrocientos mil cumpleaños del Universo, los átomos de hidrógeno se fueron agrupando por la acción de la gravedad, dando lugar a las primeras reacciones nucleares y, por ende, a la primera generación de estrellas. <<Dijo Yahvé: Haya luz, y hubo luz>>. Los años de oscuridad habían llegado por fin a su conclusión.

Las estrellas recién nacidas fusionaron hidrógeno para obtener elementos más pesados por vez primera. Del hidrógeno obtuvieron helio. Del helio, oxígeno. Del oxígeno, carbono. Estos elementos fueron liberados cuando las estrellas, una vez agotado su combustible nuclear, murieron a causa de una espectacular explosión. De los restos de esas primeras estrellas llegaron otras nuevas, y de los restos de éstas últimas surgieron otras más. Todas ellas fusionaban el hidrógeno primordial en materiales nuevos y más pesados que, poco a poco, enriquecieron el Cosmos. 

Todos los átomos que forman la Tierra, el aire, el agua y nuestros propios cuerpos, han surgido del infernal núcleo de las estrellas que vivieron y murieron hace millones de años. Todos nosotros no somos sino polvo de estrellas, tan efímeros como ellas, aunque a una escala ligeramente diferente: nosotros vivimos, como mucho, un siglo; ellas, miles de millones de años.

Igual que los átomos de hidrógeno se integran en las estrellas por la fuerza de la gravedad, estas se fueron agrupando en cúmulos de estrellas, gas y polvo: así surgieron las primeras galaxias. Mientras tanto, los materiales pesados que expulsaron las generaciones anteriores de luceros orbitaban alrededor de las estrellas nuevas, hasta que se fueron agrupando para formar los primeros planetas. Nuestra propia galaxia, la Vía Láctea, tiene aproximadamente 13.600 millones de años, por lo que es casi tan antigua como el Universo mismo. Y nuestra estrella, el sol, tampoco es precisamente joven; según las estimaciones, su edad es de 4.600 millones de años: La Tierra se formó a partir de los restos de la creación del sol, un poco después, hace 4.550 millones de años. 

Parece mucho tiempo, pero el sol apenas ha superado la mitad su periodo de vida estable, lo que quiere decir que la Tierra podrá seguir albergando vida 5.000 millones de años más, antes de que el creciente brillo de nuestro astro rey la esterilice. La especie humana dispone de todo ese tiempo para preparar un viaje desde nuestra cuna planetaria hacia otro rincón del Universo en el que vivir. 

Sorprende que el hombre haya sido capaz de averiguar lo que ocurrió hace miles de millones de años en un Universo cuyo tamaño y edad son inconcebibles para nuestros pequeños cerebros. Se lo debemos a determinadas personas que, para obtener la verdad de las cosas, han seguido sistemáticamente un sencillo conjunto de normas: probar sus teorías mediante la experimentación; aceptar solo aquellas hipótesis que pasen la prueba; seguir las pruebas hasta donde estas les lleven, sin dejar de cuestionárselo todo. De este modo hemos comenzado a vadear las vastas aguas del océano Cósmico, a entender el mundo de un modo que a nuestros ancestros les parecería poco menos que magia. Si seguimos estas instrucciones, ¿qué podrá detenernos en la odisea del conocimiento? El viaje no ha hecho más que empezar.