VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Una historia más
de Manhattan

Marta Cabañero, 16 años

                 Colegio Iale (Valencia)  

-¿Otro mensaje del móvil, niña? –preguntó su madre con los ojos muy abiertos.

Kate sonrió, avergonzada.

-¡Es que John es muy impaciente! Ya le he dicho que estábamos haciendo unas compras por la Quinta Avenida, y que tardaría en llegar.

-Pero, ¿dónde habéis quedado? –preguntó mientras agarraba mejor la media docena de bolsas de ropa.

-Mmmm... -sonrió-. En un sitio muy especial: la azotea de las torres más altas de toda Nueva York.

Su madre paró en seco:

-¿Allí?... ¿Tan alto?... ¿Se puede saber qué le ha dado a John contigo para que quedéis en semejante lugar?

-Pues mamá, ¡que está enamorado!

En ese momento, Kate se sumió en sus pensamientos. Imaginaba lo que el chico le habría preparado, tal vez una mesa para comer. Pero, ¿cómo se las habría apañado para que le dejaran subir el almuerzo a la parte más alta de las Torres Gemelas? A lo mejor, tan solo disfrutarían de una magnífica vista de la ciudad, y nada más...

Se conocieron seis meses antes, en un restaurante japonés. Ella estaba cenando en una mesa con sus amigas, charlando y riendo animadamente, cuando, de pronto, un torpe camarero le derramó vino en la blusa.

-¡Oh! ¡Perdone señorita! –se disculpó el chico, mientras se apresuraba a limpiar la ropa de Kate.

-No te molestes–dijo ella, levantándose para marcharse al lavabo.

Sus amigas no podían contener la risa.

-El caso es que... –el camarero se aclaró la garganta-, esta copa de vino era para usted, de parte de aquel señor. Se llama Luke –y le tendió su tarjeta.

Desde el fondo de la estancia le sonrió un señor bajito y barrigudo, pero de aspecto simpático.

-Ha añadido que, si después de terminar la velada con estas jóvenes, sería usted tan amable de charlar un rato con él.

Kate se giró hacia sus amigas pidiendo ayuda, pero no pudo negarse. La cena acabó poco después y las chicas se marcharon: unas alegando que al día siguiente madrugaban y otras que habían quedado en un pub. Kate se quedó en la barra hablando, muy a su pesar, con aquel tipo llamado Luke.

-Trabajo en una empresa telefónica, una multinacional...

Y bla, bla, bla...

Kate se aburría mortalmente. El tal Luke no hacía más que hablar de sí mismo. Por no ser descortés, lo único que podía hacer ella era sonreir de cuando en cuando.

-¿Quieres otra copa, Mary?

Ya llevaban tres y, para colmo, no sabía ni su nombre.

-Kate –lo corrigió- Y no, gracias. Se me ha hecho tarde.

Ante la estupefacta mirada del hombre, cogió su abrigo y salió al gélido aliento del invierno de Manhattan.

-¡Disculpe! –le llamó alguien desde atrás.

Kate, temerosa de que volviera a ser el cargante Luke, simuló que no había escuchado y apresuró el paso. Pero le agarraron la mano. Para su alivio, era el camarero.

-¿Va a marcharse con este frío? –dijo, con una sonrisa cómplice que Kate le devolvió.

-Si no hay más remedio...

-¿Y si un caballero se ofreciera a llevarla?

-Y ese “caballero” –recalcó con retintín-, se llama...

-John.

Fue entonces cuando Kate volvió a la realidad... Se encontraba junto a su madre en medio de la Quinta Avenida. El móvil le volvía a sonar.

-¿Sí?

-Soy yo. Escucha, no puedes venir.

-¿Cómo?

-No es por mí... Es que, bueno –parecía nervioso-. No te preocupes ¿vale? Pero me acaban de decir que hay un aviso de atentado terrorista contra las Torres Gemelas.

Kate se quedó con la boca abierta.

-¿Qué?... –gritó-. Sal de ahí. ¡Márchate ya!

Un avión cruzó el cielo y se empotró contra uno de los rascacielos. Kate y su madre se quedaron perplejas cuando los primeros escombros comenzaron a caer entre el humo y el polvo.

-¿John?... ¿John?... –murmuró.

-Estoy aquí. Debes irte corriendo, ¿me oyes? No me esperes. ¡Corre! Trataré de salir. Sé cómo hacerlo.

-No, John... –las lágrimas comenzaron a rodarle por las mejillas-. Dime que no estás en ese edificio.

-Sí que estoy, pero, Kate..., sólo sé una cosa.

-¿Qué? –consiguió pronunciar.

-Que te quiero, pase lo que pase.

Transcurrieron unos largos y angustiosos minutos hasta que la primer torre empezó a desmoronarse. Kate se había alejado lo suficiente de la zona Cero, pero su corazón se había quedado a muchos metros de distancia, tocando de cerca el de John, que acababa de dejar de latir.