V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

Una lata de sardinas

Ana Hernández Martínez de la Riva, 15 años

                 Colegio SEK-Ciudalcampo (Madrid)  

Al recoger la mesa, tiré una lata de sardinas vacía a la basura. Cuando la contemplé en el fondo del cubo, empecé a darle vueltas a la cabeza, preguntándome cómo había llegado hasta mi casa. Primero hay que pescar las sardinas, limpiarlas, transportarlas, analizar sus componentes para que los consumidores no corran riesgos sanitarios, empaquetarlas, llevarlas a las tiendas... No sería posible comprar una simple lata de sardinas si falta algún eslabón de la cadena. Todas las personas que intervienen en su proceso tienen igual de importancia: desde el pescador a la cajera del supermercado. Y si tantos trabajadores son necesarios para que las sardinas en conserva lleguen a mi piso, ¿cómo iba a permitir que terminara de forma tan vil su largo viaje? Me decidí a reciclarla. Muchas personas hacen cosas similares con latas de refrescos.

Animado por esta iniciativa, cogí una segueta y con su pelo fui cortando la lata, de manera que conseguí piezas de todas las formas y tamaños. Encajando cada parte, conseguí un coche de juguete que, posteriormente, pinté de colorines. Para hacerlo me entretuve un buen rato y experimenté con mi creatividad la satisfacción de ver mi proyecto terminado.

Lo llevé a la escuela para enseñárselo a mis amigos. La maestra se decidió a extender la elaboración de manualidades: en un abrir y cerrar de ojos toda la clase construyó su propio juguete a partir de unos restos que, en principio, parecían inservibles.

Días después organizamos un pequeño teatrillo, todos juntos en la calle, para divertir a la gente con nuestros modelos, que ahora habían adquirido el papel de marioneta. Todo fue sobre ruedas y al acabar la función un niño pequeño se acercó a nosotros y nos preguntó si podría quedarse con algún títere. Le concedimos su deseo.

A partir de entonces, el niño venía todas las tardes a vernos actuar, siempre atento. Poco a poco, se armó de valor y empezó a actuar con nosotros. Así fue cómo encontró una buena razón para la felicidad, ya que su vida había sido bastante gris hasta entonces.