V Edición
Curso 2008 - 2009
Una luz especial
Pablo Estival, 14 años
Colegio El Prado (Madrid)
Soy hemofílico. La hemofilia es una enfermedad en la que la sangre no coagula de forma correcta, produciendo hemorragias que no suelen causar mayores problemas que unos pinchazos en vena cada dos o tres días. Por desgracía, es incurable ya que es hereditaria. Pero no intento dar pena sino todo lo contrario: soy muy feliz con mi vida y no cambiaría nada, ni siquiera mi enfermedad, que la entiendo como una prueba que debo llevar con garbo.
La asociación a la que pertenezco (de hemofílicos) me animó a visitar una residencia de ancianos. Por aquel entonces pensaba que una enfermedad incurable era lo peor que podía tocarte en la vida y que, por alguna extraña razón, yo había sido elegido por la varita de la desgracia. Así que fui con pocos ánimos, convencido de que iba a desperdiciar un día junto a otra gente que sufre, como si no tuviera suficiente con lo mío.
Salimos en autobús por la mañana. El viaje duró una hora. La residencia disponía de un edificio para discapacitados y otro pabellón para los ancianos. Como hacía calor, aquellas personas se encontraban bajo el aire acondicionado.
Nos sentamos a charlar con los ancianos. Los señores nos contaban sus "batallitas" mientras las señoras hablaban de su tiempos de mozitas. Todos ellos aguardaban las visitas de los suyos, que siempre se retrasaban, lo que me pareció muy triste.
Después de ayudarles a comer y conducirles a sus habitaciones para que se echaran una siesta, acudimos a visitar a los enfermos síndrome de down. Se encontraban practicando natación en una de las piscinas exteriores. Al vernos, se alegraron sobremanera. Comencé a charlar con uno de ellos que se llamaba Carlos. Nunca le olvidaré.
Me contó que tenía veintipocos años y que llevaba tres en la residencia, desde que le diagnosticaron una leucemia. También me dijo que era muy feliz, porque allí se ayudaban entre todos sin esperar nunca nada a cambio. Luego charlamos de nuestras aficiones: le gustaba el fútbol y era del Real Madrid; tambien me contó que le encantaba hablar en inglés y beber coca-cola a escondidas... Entonces, decidí lanzar una pregunta al aire:
-¿Qué quieres estudiar?.
Dibujó una expresión de satisfacción y me dijo:
-Quiero ser sacerdote.
Aquello me dejó atónito. Carlos tenía un brillo especial en los ojos.
Me marché con su número de teléfono, el de la residencia, para llamarle de cuando en cuando. Siempre que lo hice, tuve la sensación de que era muy feliz.
Cuando le llamé para felicitarle la Navidad, me dijeron que acaba de fallecer. Al parecer, el cáncer se le había reproducido a gran velocidad.
Su recuerdo me hizo cambiar. Ahora no me quejo por ser hemofílico. Carlos me enseñó a encarar las dificultades con una sonrisa.