XV Edición

Curso 2018 - 2019    

Alejandro Quintana

Una noche sin retorno

Martín Pérez García del Prado, 13 años

 Colegio Mulhacén (Granada) 

Ignoró la orden y lo asesinó a sangre fría. Por desgracia comprendió demasiado tarde en qué consistían las indicaciones de David. Había matado a su compañero por una terrible confusión. Lo entendió con claridad, pero era tarde. Debía escapar lo más rápido posible de aquel lugar. Cargó a hombros, entre sollozos, al que había sido su amigo y comenzó a andar.

David le había advertido que debía andar con mucho cuidado a la hora de apretar el gatillo. La misión consistía en eliminar a una persona concreta de una organización criminal. Pero Jesús llevaba tiempo infiltrado entre aquella gente, haciéndose pasar por el objetivo.

Llevaban meses planeando el golpe y había fracasado. Pensó que nunca lograría recuperarse de lo ocurrido aquella noche.

Fuera del edificio le esperaba David:

—¡Corre, corre!—le gritó nada más verlo—. Un momento...

Antes de que terminara de entender por qué llevaba un cadáver a los hombros, Gonzalo ya estaba dentro del vehículo.

—¿Qué has hecho?—le preguntó sobresaltado.

—Ha sido un accidente.

—¿Te das cuenta de lo que has hecho? Te detendrán e irás a juicio. Y qué crees que pasará después. No tendré más remedio que...

Un balazo atravesó el cuerpo de David. Gonzalo permaneció con el arma apuntando a su jefe, cuyo cuerpo sin vida quedó tendido en el suelo.

—Lo siento. No quería llegar a este punto.

Abandonó el cadáver de David, encendió la furgoneta y se lanzó a la carretera. Una vez en su casa, con los ojos llenos de lágrimas, salió del vehículo y cargó otra vez con el cuerpo de su amigo. Pero cuando apenas le separaban unos pasos de la entrada, resaltó la voz de un hombre en el silencio de la noche:

—¿Gonzalo?... ¿Qué haces por aquí a estas horas?

—Ven, acércate. Te lo explicaré dentro de casa.

Hacía ocho meses que aquel hombre era su vecino. Gozaban de una estrecha relación a pesar del escaso tiempo que habían convivido pared con pared.

Entraron.

—¿Eso es lo que creo que es? —le preguntó José con un chispazo de temor.

—Tranquilo; te lo explicaré. Ha sido un accidente —le dijo Gonzalo procurando disimular su ansiedad.

José se echó la mano al bolsillo derecho para sacar su teléfono móvil. Gonzalo alzó la pistola y le amenazó.

—Serénate. Es por tu bien —intentó convencerle su vecino.

—Por favor, no me hagas repetirlo contigo también —le suplicó.

—No hace falta que lleves esto más lejos. Aún puedes...

Gonzalo no le dejó terminar la frase.

Unos segundos después le fallaron las piernas y cayó al suelo. No pensaba con claridad y lo veía todo borroso. Pasados algunos minutos le venció el cansancio y se sumió en un sueño profundo.

Al amanecer le costó recordar lo que había ocurrido la noche anterior. Subió a su coche y se marchó de la ciudad, dejando atrás su antigua vida sin un rumbo claro. Solo podía pensar en cómo había cambiado su vida aquella noche.