II Edición

Curso 2005 - 2006

Alejandro Quintana

Una nueva vida

Belén Molina del Campo, 15 años

               Colegio El Encinar (Córdoba)  

    Estábamos a principios de diciembre y la vida transcurría en el hogar infantil “El Niño Jesús” con la monotonía habitual. Nunca olvidaré el momento en el que don Mariano, el director, irrumpió en la clase de matemáticas, le susurró algo al profesor y después me pidió que le acompañara. En ese instante supe que mi vida iba a cambiar. Salí del aula nervioso y él me dijo: “Matías, escúchame bien: ve a tu habitación, ponte la mejor camisa que tengas, lávate la cara y las manos y péinate. Dentro de diez minutos te espero en mi despacho.” No comentó nada más, pero yo ya sabía de qué se trataba.

    Corrí escaleras arriba hacia mi cuarto e hice a la perfección todo lo que don Mariano me había indicado. Cinco minutos después, aguardaba detrás de la puerta de su despacho con impaciencia.

Escuché la voz ronca del director y otras dos voces que desconocía. Ya no podía más. Llamé a la puerta y, tras diez eternos segundos, se abrió. Don Mariano me invitó a pasar. Entré. Allí estaban ellos, mirándome con una sonrisa. Parecían encantadores. El director me explicó con una voz más amable que de habitual lo que yo ya suponía: aquella pareja quería adoptarme. Yo había imaginado ese momento miles de veces, pero entonces me encontré sin saber qué decir ni qué hacer. Sabía que debía dar una buena impresión, porque de lo contrario cambiarían de opinión y no me llevarían con ellos. Me limité a permanecer de pie, con cara de no haber roto un plato en mi vida, y dejé que don Mariano hablara de mí como si fuera el mejor niño del orfanato. Sus palabras les convencieron y me dijeron que fuera a recoger mis cosas. A las cinco de la tarde me iría del hogar de acogida.

    Volví a subir a mi habitación para hacer las maletas. Tardé poco en recoger mis pertenencias y bajé al comedor. Los demás niños se alegraron de mi suerte. Creo que, en el fondo, me envidiaban. Me di cuenta de que esa sería mi última comida en aquel comedor de techos altos. Parecerá mentira, pero me dio pena dejar la única familia que había tenido hasta entonces. Pasé mis últimas horas en el orfanato despidiéndome de todos: niños, profesores, cocineras… Sabía que les iba a echar de menos.

    Las cinco llegaron antes de lo que yo esperaba. Cuando llegué al hall ya me estaban esperando allí los señores Díaz Herrera, mis padres a partir de ahora. Durante el trayecto en coche hacia mi nueva casa hubo conversaciones y silencios. El automóvil se detuvo delante de una casa bastante grande con un precioso jardín. Los tres bajamos del coche. Mientras ella abría la puerta, yo pensaba que precisamente esa puerta era la que daba paso a mi nueva vida.