VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Una segunda oportunidad

Rafael Contreras, 16 años

                  Colegio Altocastillo (Jaén)  

Mario no sentía nada. Estaba solo y abandonado en medio de aquella oscuridad que le rodeaba por todas partes. Trató de recordar cómo había llegado allí, pero no lo consiguió. Se incorporó con dificultad y, a pesar de que movió la cabeza en todas las direcciones, seguía sin ver a nadie.

-¿Hola? -preguntó con voz temblorosa.

Nada ocurrió en un principio, pero unos segundos después comenzó a materializarse frente a él una figura incorpórea, como un fantasma, que brillaba con luz propia. Tuvo que entrecerrar los ojos, pero pronto se acostumbró. Para cuando se definió por completo, Mario se quedó sin respiración.

-¿Adela?

La chica le sonrió de aquella forma que él había amado. Sus ojos castaños brillaban con amor y ternura, y los dorados cabellos le caían en cascada por la espalda. Estaba vestida tal y como la había visto la última vez: con una blusa rosa, un pantalón vaquero y sandalias.

-Hola, Mario -respondió la aparición con la voz de la persona que él más había querido en el mundo.

-Pero, no puede ser… Estás muerta -balbuceó-. Te vi morir a causa de una leucemia.

-Y así fue, Mario. Pero ahora estás aquí porque necesito hablar contigo -se puso seria-. Me has decepcionado; desde que me fui no has parado de hacer locuras. Te emborrachas, has caído en las drogas, te has juntado a la peor compañía…. –Sus ojos reflejaban un dolor indescriptible.

Las lágrimas amenazaban con traicionar a Mario, que respondió, con la voz quebrada:

-Al morirte, me dejaste sin nada y caí en una depresión. Buscaba consuelo a cualquier precio: en las drogas, las malas compañías y el alcohol. Aunque eso sólo me hizo sentir aun peor -soltó un hipido-. No puedo vivir sin ti y no quiero vivir sin ti.

Alzó una mano para acariciar el rostro incorpóreo de su amada, que cerró los ojos. Mario comprobó, decepcionado, que su mano atravesaba el semblante de Adela. La retiró, con resignación, e inclinó la cabeza. La joven abrió los ojos.

-No puede ser, Mario. Sólo tienes diecinueve años, una vida por delante que sería muy egoísta desperdiciar en lamentaciones. Sal de ese mundo, hazlo por mí -Mario alzó la cabeza y sus miradas se encontraron-. Debemos esperar para estar juntos. Aun no es el momento.

-¿Cuánto, Adela? ¿Cuánto tiempo?

-Eso no importa. Quiero que me prometas que saldrás de ese mundo. ¡Prométemelo!

La mirada de Adela hizo que Mario temblara por dentro.

-Lo prometo Adela… -Sus ojos reflejaban tristeza y desesperación.

Ésta se acercó y puso su dedo índice sobre los labios de su amado, con una sonrisa. El contacto pareció real, corpóreo, y Mario disfrutó de la sensación de volver a estar junto a ella.

-El suficiente, Mario. Y ahora, despierta. Despierta…

Mientras se escuchaba el eco de la voz de la chica, Mario sintió que la figura de Adela estallaba en mil pedazos, llenando de luz el lugar en el que se encontraba. Alzó la mano y un grito murió en su garganta…

-¡Se está despertando! -Oyó Mario. Ante sí tenía el rostro de Adela, sonriente.

No, no era Adela sino una chica de su misma edad y vestida con un uniforme del SAMUR, que le miraba con la esperanza contenida en sus ojos azules. Intentó hablar, pero la chica se lo impidió.

-No. Es mejor que no hable. Ha sufrido un accidente; su coche está destrozado. ¡Es un milagro que esté vivo!. Se pondrá bien, no se preocupe.

Lo levantaron para introducirle en una ambulancia llena de aparatos. Comenzó a sonar la sirena...