V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

Una sola conversación

Guillermo López Álvarez de Cienfuegos, 15 años

                 Colegio Mulhacén (Granada)  

Era una tarde de final de mayo. El sol hacía brillar las flores del parque, los pájaros trinaban alegremente en las copas de los árboles y multitud de insectos revoloteaban sobre el césped. Había un grupo de madres con sus hijos, que jugaban en la arena, en los columpios o con un balón. Se respiraba un ambiente de alegría y amistad. Pero detrás del parque, había un chico sentado en un banco, solo y con cara triste. Me quedé observándolo, pero se me cruzó por la vista un insecto y me distrajo.

Como tantos días, voy al trabajo en metro. Normalmente me encuentro los mismos rostros de la gente, con sus problemas, esperanzas y alegrías. Por mi profesión, trato con jóvenes. Soy psicólogo de un instituto a las afueras de Madrid.

Aquel día me encontraba charlando con unos profesores en las pistas del patio, cuando llegó a mis pies un balón. Enseguida se lo di a los niños. Al poco rato me separe de la conversación y empecé a observar a los alumnos: unos jugaban, otros hablaban y reían. Me sorprendió un chico que se encontraba apoyado contra una pared con la cabeza agachada. Retrocedí mis pasos y volví hasta los profesores.

-¿Quién es ese chico?

-¡Hombre, aquí hay muchos. ¿A cuál te refieres? -puntualizó uno de ellos.

-Al que está solo, en la pared azul.

-Es de 3º ESO. Dicen que es muy inteligente, pero sus compañeros no le tratan bien. Escuché por ahí que…

En ese instante sonó la sirena; el recreo había terminado. Todos regresaron a las aulas y yo me dirigí a mi despacho. Allí empecé a corregir los test de los alumnos del segundo ciclo de secundaria. Me detuve en una hoja de un chico distinto, con diferentes gustos; un chico especial. Cogí su nombre y fui hasta su aula: 3ºESO B.

Interrumpí la clase y saque a José Ignacio Hartcart. Cuando salió, me di cuenta de que era el chico que había visto en el parque y en el recreo. Al llegar a mi despacho le ofrecí asiento y unos caramelos. Educadamente, me dijo que no tenía hambre.

-¿Eres nuevo en este colegio?

-Sí.

-¿Cuántos años tienes?

-Catorce.

Poco a poco me fui haciendo una idea de cómo era. Aunque no resultaba fácil entablar una conversación con él, lo seguí intentando.

-Cuéntame... ¿Te gusta el instituto?

-Me gustaba más mi antiguo colegio.

-¿Cuál era?

-Los Escolapios. Vivía en Soria, pero mis padres se tuvieron que trasladar a Madrid por motivos de trabajo.

Enseguida me di cuenta de que estaba falto de un amigo con el que pudiera mantener una conversación.

-¿Por qué te gustaba más el otro colegio?

-Porque allí conocía a mucha gente, tenía amigos, podía jugar, hablar y reírme con ellos. Pero aquí… No sé… Es diferente -concluyó.

-¿Tienes problemas en clase?

-La verdad es que…, el primer día…

-¿Qué pasó?

-Cuando llegué al instituto, encontré muchas caras desconocidas, y me angustió. Enseguida fui a la secretaría. Allí me indicaron donde estaba mi clase. Acababa de sonar el timbre. Me agobió llegar tarde a la primera clase. Así que eché a correr como nunca. Cuando llegué, toqué la puerta y pedí permiso para entrar. Todos los alumnos me miraban. El profesor, muy amable, me mostró una silla y una mesa vacías. Los nervios me traicionaron y se me cayó la silla al suelo. La carcajada fue monumental. Durante el intercambio de clases vi a cuatro chicos insultando a otro alumno. Les pedí que le dejaran en paz. Empezaron a burlarse de mí, pero en ese momento entró el profesor.

En el recreo, el niño que había defendido me dio las gracias. Se llama Miguel. Pero desde entonces, ese grupo de chulos empezó a hacerme la vida imposible. A Miguel también. En noviembre, Miguel se fue del instituto porque no aguantaba más. Yo, en cambio, sigo aquí. Mi familia no sabe lo que estoy pasando, así que, por favor, no diga nada.

Cuando llegué a casa, me puse en la piel de José Ignacio. Mientras cenaba, mi madre me llamó por teléfono. Estuve mucho rato hablando con ella sobre muchas cosas, también sobre el chico. Ella habló de mi infancia. También me hablo de mis hermanos, de sus esposas...

En la recta final del curso, José Ignacio empezó a tener amigos. Dspués de aquella conversación, parecía haber perdido la timidez.

En septiembre recibí noticias de él: regresaba a Soria después de un año en Madrid.