VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Una sorpresa inesperada

Beatriz Torrellas Darvas, 17 años

                 Colegio Canigó (Barcelona)  

Lilian metió la llave en la cerradura y abrió con cuidado la puerta. Eran las tres de la mañana y estaba agotada. Aquel día le habían ampliado el turno en el centro comercial y no le hbaía quedado más remedio que aceptarlo. Todo dinero extra era bienvenido, aunque en ese momento no le apeteciese tener que volver a trabajar en su vida. Estaba desanimada; tenía la sensación de que su vida no avanzaba, que se quedaba atrás.

Lilian había comprado una casa en uno de los barrios bajos de Nueva York. Y se había ido a vivir allí con Tony, su hijo de siete años. Era un apartamento minúsculo, pero acogedor y seguro. Llevaba dos empleos al mismo tiempo para poder pagarlo. Era camarera en uno de los restaurantes más pijos de la ciudad y vigilanta del centro comercial. Pero no podía con su alma.

Se descalzó en la entrada y anduvo de puntillas hasta llegar a la habitación de Tony. Su expresión cansada se transformó inmediatamente en alarma: la cama estaba vacía.

Se le formó un nudo en el estómago y, por unos segundos, no supo qué hacer. Su hijo era todo lo que le quedaba. Y precisamente ella había elegido aquella casa porque era segura para él, no por otra cosa.

Ignoró su cansancio y avanzó a grandes zancadas por el corto pasillo hasta llegar a la cocina. Allí buscó desesperadamente el teléfono. Tenía los ojos empapados en lágrimas, y eso la entorpecía en la búsqueda del aparato. Abrió todos los cajones con ansiedad, hasta que recordó que lo había visto en la entrada. Dejó todo tal y como estaba y salió corriendo. Por el pasillo chocó contra alguien, pero estaba tan conmocionada que lo esquivó para llegar cuanto antes a la entrada.

Sin embargo, antes de alcanzar su destino, se detuvo en seco y se giró lentamente hacia atrás. En el pasillo, Tony permanecía de pie mirándola con extrañeza con su pijama de cohetes y su oso de peluche en la mano.

Lilian se abalanzó sobre su hijo para abrazarlo.

-¡Mi vida!... ¡Cariño!... -expresó como solo lo puede hacer una madre.

Estuvieron unos segundos entrelazados, hasta que ella, recuperada al fin, se separó del niño y le miró a los ojos.

-¿Dónde estabas? No puedes hacerle esto a mamá.

-Yo solo quería darte una sorpresa -se encogió de hombros, preguntándose qué era lo que no había hecho bien–. Te había preparado una cena especial, porque pensaba que estabas muy cansada. Pero me he quedado dormido en el sofá; tenía mucho sueño.

Lilian sonrió emocionada.

–Te quiero- le dijo con ternura mientras le sonreía.

Tony también sonrió y le dio un beso en la mejilla.