XIV Edición

Curso 2017 - 2018

Alejandro Quintana

Valgo más que mis likes 

Camino Yanguas, 16 años

                 Colegio Grazalema (El Puerto de Santamaría)  

El otro día, hablando con una amiga, me dijo que iba a salir de fiesta por la noche, pero que a las doce debía estar en casa. Como quería que los demás pensasen que había vuelto más tarde, tuvo una idea: grabar un vídeo de la fiesta, poner la alarma a las cuatro para despertarse y subirlo a esa hora. Me quedé anonadada, y saberlo me llevó a preguntarme hasta qué punto necesitamos la aprobación de nuestros followers, o mejor aún, hasta qué punto estamos dispuestos a modificar nuestra forma de vida y costumbres para dar a entender algo que no somos.

También reflexioné sobre la cantidad de malentendidos que conlleva el contar todo a través de una pantalla. El hecho de no decir las cosas cara a cara o mediante una llamada provoca que las conversaciones vía wasap puedan ser leídas de formas muy diversas. Recuerdo una ocasión en la que todos los miembros de mi grupo nos tuvimos que reunir para aclarar una serie de asuntos comentados en un chat, que cada uno había interpretado a su manera. El no poder ver a la persona que está al otro lado de la pantalla influye en el modo en el que emitimos el mensaje (no es lo mismo tener a alguien delante que lanzarlo a las redes digitales) y en el modo en que lo percibimos (ignoramos el tono en que está dicho, aunque los emoticonos intenten sustituir nuestra expresión); por eso surgen tantos conflictos —a menudo no deseados— entre usuarios de wasap y otras redes sociales.

En apenas diez años se ha vivido una auténtica revolución tecnológica que, en cierto modo, da más valor a la popularidad que uno alcanza en la red (influencer, tumblr…) que a su valía como persona. Esa revolución nos ha hecho dependientes de un aparato que cambia los nombres por usuarios, que mide la autoestima en likes y que sustituye la identidad de las personas por la imagen que pretenden reflejar.