VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Ver y creer

Marta Martínez, 14 años

                 Colegio Iale (Valencia)  

Me llamo Sandra y vivo a las afueras de Roma. Desde pequeña siempre pensé que la magia no existía, que era fruto de la ilusión de la que, a ciertas edades, somos presos.

Un día lluvioso de primavera, Mikaela me llamó para que fuera a su casa, porque quería contarme algo. Cogí mi chubasquero azul, unas botas de agua y mi bici, y pedaleé hasta la casa de mi amiga, que no estaba muy lejos de la mía.

Subí con Mikaela a su habitación. Me dijo que me sentase y que abriese mi mente para que dejase entrar en ella todo lo que tendría que asimilar, y entonces comenzó a hablar:

-Sandra, hace poco encontré una cerradura en la pared tras el armario, a pesar de que no existe puerta alguna que abrir. Bueno, pues recordé que tu madre antes de morir te dejó una llave que aún no has descubierto qué es lo que abre, y que siempre llevas colgada en el cuello. Sospecho que puede ser la que encaje en esta cerradura. Yo ya probé con todas mis llaves y no hubo suerte.

Me quité el collar con la llave y se lo di para que probase, a pesar de estar segura de que no iba a funcionar. Pero encajaba a la perfección; mi llave abría la cerradura de algo inexistente.

Mikaela giró la llave y algo produjo una fortísima luz blanca. Ambas estábamos desorientadas y desconcertadas, ¿Qué ocurría? La luz cesó y se empezaron a apreciar siluetas que no tenían nada que ver con la casa de Mikaela. Ante nuestros ojos se extendía un sendero de luz metalizada. Nos asustamos.

Aún éramos incapaces de asimilar lo que veíamos cuando un impulso me obligo a sacar la llave.

-¿Qué ha sido eso?

Ninguna comprendíamos lo que acababa de suceder.

-Quédate conmigo esta noche; tengo miedo.

Era lógico: el portal se hallaba en su cuarto y estaba sola en casa, ya que sus padres se encontraban de viaje.

Ya en la cama, no podíamos dormir.

-Mika, creo que deberíamos entrar. Tendríamos que saber qué hay detrás de esa pared para estar seguras de que no corres peligro.

-De acuerdo, pero vamos a prepararnos con ropa apropiada, provisiones, utensilios de defensa... Aprovechemos esta noche, que no están mis padres.

Al rato, no había marcha atrás. De nuevo habíamos introducido la llave que colgaba de mi cuello. El paisaje de hacía dos horas reapareció. Y nos adentramos en él.

Estaba todo a oscuras, salvo el sendero, que hacía parecer que la gravedad en aquel mundo era mucho menor, pues teníamos la sensación de flotar sobre su luz metalizada. El camino también parecía flotar sobre la nada, pero Mika se acercó al borde y descubrió que había tierra.

Tenía el presentimiento de que algo malo le ocurriría si abandonaba el camino. Mis sospechas se confirmaron cuando dos luces amarillas se apagaron y se volvieron a encender. Se trataba de dos ojos que parpadearon cerca de Mikaela. Un putrefacto olor llegó a mi nariz.

Antes de que pudiésemos huir, unas zarpas atraparon la pierna de mi amiga. Me quedé paralizada en mitad del sendero: cerré los ojos y esperé que aquel monstruo me asesinara.

Nada de eso ocurrió, el sendero lo espantaba. Con lágrimas en los ojos y el alma rota por la angustia porque la idea de entrar había sido mía, eché a correr por el camino. Al rato llegué al final, un Coliseo... ¡El Coliseo Romano!. Comprendí que me encontraba en Roma, mi misma ciudad, pero en una dimensión paralela.

Entré en el circo. Fue un alivio divisar la silueta de un hombre. Le saludé para contarle todo lo que nos había sucedido.

Él hizo lo mismo:

-Me llamo Arnold Julius. Fallecí hace siglo y medio. Llevaba tiempo sin recibir visitas de hombres que llegan desde la otra dimensión. Pero veo que eres una niña, la elegida. Tienes que ayudarnos a resolver un dilema.

Me quedé estupefacta cuando, de la oscuridad, salieron cientos de personas como Arnol Julius. No me asusté porque Arnold parecía un ser en quien poder confiar.

Me contaron que una bestia se había adentrado en su mundo, apoderándose de él y perturbando la paz de los muertos. Era la misma que había atacado a Mikaela, que ya se encontraba entre ellos. A cambio de mi ayuda, los difuntos me ayudarían a salir de allí con mi amiga. Nos pusimos manos a la obra y lo preparamos todo. En primer lugar, necesitaban un cebo: la propia Mikaela, que ya había pasado por aquella experiencia.

Los “sin vida” y yo nos ocultamos para atacar al monstruo en cuanto apareciese.

Todo fue muy rápido: matamos a la bestia y el paisaje se transformó en un precioso valle. El equilibrio volvía a reinar en aquel mundo paralelo y nosotras, al fin, podríamos regresar a casa.

En cuanto surqué el muro de vuelta, comenzó mi madurez. Hoy ya nada me sorprende, porque cada vez que puedo, visito a

Arnold y sus amigos.

- ¿Verdad Arnold? -