III Edición
Curso 2006 - 2007
Viendo nacer al sol
Carmina Alvarez Llanes, 16 años
Colegio Aura (Tarragona)
Laura siempre madruga. Lo primero que hace es llenar una taza de café recalentado, una de esas en las que arde la loza al meterlas un solo minuto en el microondas, pero que el café permanece helado en su interior.
Se pone un jersey de lana gruesa, como para ir de excursión a las montañas, y con ademán somnoliento abre el ventanal del salón y se sienta en el alféizar de la ventana, junto a un macetero en el que resiste un geranio reseco. Sus pies rozan suavemente las frescas hojas de las plantas colocadas bajo la ventana, sobre el suelo del balcón. Desde allí contempla el amanecer, que precede a un nuevo y resplandeciente día.
Con las piernas colgadas y la taza entre ella y la maceta, se enciende un Chesterfield. Sucede justo cuando la bruma de su queridísima ciudad comienza a disiparse con la llegada del sol. Exhala un largo suspiro, le da una calada profunda al cigarro y fija sus ojos en él. Piensa que si lo mira de frente, si le aguanta la mirada, tendrá un buen día.
Cada tres caladas bebe dos sorbos de café, con lentitud. Por un breve instante observa el geranio a punto de rendirse a la tierra y piensa que debe regarlo antes de tener que comprar otro. Pero nunca lo hace; no tiene tiempo.
Cuando los rayos del astro comienzan a bañar su cara y a proporcionarle calor, le da los últimos sorbos al café con leche y apaga el pitillo en el macetero. Con un ágil brinco entra de nuevo en el salón y se sienta a leer el periódico, junto a Tom, su pastor alemán. Se recoge el pelo en un moño improvisado y lee los artículos que el día anterior encargó a sus compañeros. Se siente satisfecha al pensar que está dedicando su vida a aquello que le apasiona. Cierra el periódico con una sonrisa cómplice, se ducha y se va a trabajar.
Laura es periodista en el Diari de Tarragona. Al principio odiaba su trabajo, porque le resultaba costoso. Siempre creyó que le adjudicarían un tema y simplemente tendría que sentarse ante su portátil, en un cubículo meticulosamente desordenado de la redacción, para escribir, sin más. Pero después de fracasar en varios reportajes, se dio cuenta de que ser periodista exige implicarse, usar todas sus dotes y cualidades como escritora. Y aquello le supuso un reto.
Aunque su momento de paz de por las mañanas era lo mejor del día, resultó que el esfuerzo que requería ser alguien le resultaba edificante. Se entregó en cuerpo y alma a un trabajo que le ofrecía oportunidades que la gente corriente no tiene. Ella podía ver mundo y mostrárselo a los demás. Tenía en sus manos una importante herramienta para proporcionar una visión realista de la sociedad.
Al anochecer, Laura llega de nuevo a su casa. Después de una jornada de interminables pesquisas y entrevistas, intenta tranquilizarse para escribir. Después de hora y media y un baño caliente, todavía le queda mucho trabajo. Enfundada en unos pantalones cortos y otro gran jersey, con el pelo húmedo esparcido por la espalda, se sienta en una silla de madera. Las plantas huelen a primavera. Cómo ha llovido. La vegetación está exuberante, pero el geranio del alféizar sigue igual. Nunca tiene tiempo de ocuparse de su planta.
Bajo las estrellas comienza un relato. Una palabra tras otra, y sin darse cuenta acaba explicando los pequeños placeres de su existencia, cómo es su vida de periodista, las razones que le llevaron a superarse.