I Edición

Curso 2004 - 2005

Alejandro Quintana

Violencia juvenil

Marta Pérez Gago, 15 años

                Colegio Ayalde, Loiu, Vizcaya  

     Estos últimos días, he adquirido mayor conciencia del fuerte arraigo de la violencia juvenil. Al sentarme a ver un telediario no suelo analizar con demasiado detalle todos los acontecimientos o noticias que se transmiten. Sin embargo, algunas situaciones me llaman realmente la atención, y una de ellas es la violencia de los jóvenes. Parece mentira que la ley básica para la convivencia entre los hombres, el “no matarás” y sus correspondientes aplicaciones, sea ignorada cada día por muchos chicos y chicas de mi edad.

     Puede servir de ejemplo un caso real (aunque resulte inimaginable), que apareció en la televisión la pasada semana. Se trataba de un chico de once años, al que su madre fue a denunciar a la policía por malos tratos. A la respuesta del oficial de que no era posible arrestarlo debido a que era menor de edad, la madre pidió que se instalasen cámaras en su casa, para así poder tener pruebas de las palizas que su hijo le propinaba.

     Me quedé sin palabras. La madre luchaba verdaderamente por evitar sufrir daños y por controlar su hijo, que en ese estado de agresividad desenfrenada, era capaz de cualquier cosa.

     Pero no es un caso aislado. En muchos otros países las autoridades confiesan que la violencia, especialmente la juvenil, no hace más que incrementarse. Tomemos como ejemplo a Inglaterra, donde los llamados “hooligans” se reúnen en los estadios de fútbol para algo más que presenciar el partido. Estos hinchas dan un claro ejemplo de falta de deportividad, pues se dedican a atacar a los aficionados del equipo contrario.

     También en las aulas se deja sentir este conflicto. El denominado “bulling” ha comenzado a instalarse en los centros escolares como un tipo de maltrato físico y psicológico entre los propios alumnos. Y como el mundo sabe, está dejando trágicas consecuencias.

     Esta conducta de agresividad que prolifera actualmente, es resultado de estímulos externos: los videojuegos bélicos o en los que se muestra la lucha personal, ciertos programas o series de televisión y películas que vulneran la dignidad humana y la vida. Estos entretenimientos pueden calar en la mente de sus espectadores y endurecer su comportamiento contra la sociedad.

     No pretendo escribir un manifiesto “hippy”, sino dar una visión de la realidad que, como se suele decir, “a veces supera la ficción”. La solución no solo está en poner más efectivos policiales, sino en redirigir los malos comportamientos desde la infancia, para evitar estas consecuencias tan irracionales. Todos, y especialmente los más jóvenes, debemos adquirir mayor conciencia de este tipo de circunstancias y mostrar -a través de la vida ordinaria- nuestro solemne rechazo a la violencia.