V Edición
Curso 2008 - 2009
¿Viven los recuerdos?
Ana Hernández Martínez de la Riva, 15 años
Colegio SEK-Ciudalcampo (Madrid)
Una calurosa tarde del mes de julio, me dediqué a limpiar mi cuarto a fondo. Fue entonces cuando descubrí, en una esquina de la habitación, un cuaderno con las tapas de terciopelo, enterrado bajo mis libros de texto. Lo cogí y empecé a pasar las páginas estampadas de flores silvestres…
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El comienzo del curso siempre es mágico, sobre todo si lo empiezas en un colegio de un país extranjero. Me sorprendió gratamente que no tardara en acostumbrarme a la rutina del Instituto Renata. Se trataba de un colegio con bellos jardines, clases amplias y luminosas en las que pasábamos las horas de estudio, un patio con canchas de baloncesto y porterías de fútbol y la fachada, que se alzaba como un inmenso castillo medieval en medio del campo.
Este es mi primer día de curso y ya tengo la sensación de llevar toda la vida aquí. La culpa la tienen mis compañeros que, a pesar de no hablar mi idioma, me han hecho sentirme como en casa.
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Estamos organizando la colecta de donativos para la campaña de Navidad. Blanca y Nieves son las encargadas de recaudar las donaciones de tercero de secundaria. Esta mañana llegó la primera limosna, pero por más cuidado que ellas pusieron en la tarea, el sobre de Tristán desapareció.
-Me parece imposible. Recuerdo perfectamente haberlo metido en mi cartera -declaró Nieves con cara de asombro.
Empezó la búsqueda del dinero. Y debo decir que buscamos palmo a palmo, en cada rincón, sin encontrar ni rastro.
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Ya han pasado dos días y el dinero sigue sin aparecer. Aun así, el resto de las aportaciones las han guardado en un botecito de metal con un pequeño candado plateado. Acto seguido, empezamos a sospechar los unos de los otros con motivo del hurto. De todas formas, me cuesta creer que alguien pueda hacer algo así, sobre todo cuando el dinero iba destinado a los más necesitados.
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El otro día enviamos los donativos a diferentes organizaciones. Hoy nos han llegado unos libros en los que se especificaba en qué se había convertido nuestra ayuda: comida, medicina, ropa, libros y juguetes para los más pequeños.
El reportaje incluía unas cuantas fotos de la llegada de los útiles a zonas como Kolda, en Senegal. Las caritas de felicidad de los niños ante juguetes tan simples como un yoyó, lo decían todo. Aquel entusiasmo desbordaba por los cuatro costados.
Todo resultaba tan bonito que nos quedamos embelesados. Sin duda, nos quedará grabado para el resto de la vida.
Hemos colgado en la pared una cartulina roja al lado de la pizarra.
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Hoy es Navidad.
Al bajar al desayuno, nos llegó una sorpresa, posiblemente el mejor regalo que podríamos esperarnos. Sucedió así:
-¿Os acordáis de lo que pasó con el sobre de Tristán?
Quién iba a haber olvidado aquel día aciago.
-Pues acabo de encontrarlo.
-¿Dónde estaba? -preguntamos todos a una.
-Lo he encontrado en la caja de los pegamentos. La cartulina se estaba despegando y, al coger el pegamento para ponerla bien, lo he encontrado.
-Y ahora, ¿qué hacemos?
Lo meditamos media hora. Después, cada uno proclamó en voz alta su solución. Tras debatirlo, llegamos a un acuerdo:
-Hagamos chocolate caliente para los indigentes de la zona. No hay nada mejor que un buen vaso para entrar en calor y alegrarles el cuerpo y la Navidad.
Descubrimos que uno es más feliz cuando trata de hacer felices a los que le rodean.
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Así fue como, cuatro años después, aquellos acontecimientos cobraron vida. Cuando me quise dar cuenta, estaba llorando, sentada sobre la cama.