V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

Volver a verte

Alicia Martínez Gallardo, 17 años

                 Colegio Sierra Blanca (Málaga)  

Miraba hacia atrás.

Lo dejaba todo: mis amigos, mi ciudad, los amaneceres desde mi ventana, el cómodo colchón de mi cama, las tardes juntos en la playa… Lo que más me dolía era que te dejaba a ti.

Desperté, tras una de las muchas cabezadas, durante el viaje de vuelta. Por la ventana veía campo. Mi madre comentaba lo mucho que había extrañado la ciudad, nuestro viejo hogar. Mi padre la escuchaba con la vista clavada en la carretera. Unas gafas de sol impedían que los rayos me molestasen. En mi mano prendía tu última carta. En la mente, el recuerdo de nuestra despedida un año atrás.

Releía una y otra vez tus cartas. Tu caligrafía delataba el tiempo que te habías tomado para escribirlas, escogiendo bien lo que querías decir. En nuestra correspondencia narrábamos nuestras vivencias por separado. Yo te ponía al día de las tradiciones del lugar, de lo raro que se me hacía el no ver caras conocidas y de la primera vez que nevó. Por tu parte, me respondías con anécdotas de la clase y lo mucho que todos me echabais de menos. Algunas de tus palabras hicieron que empezaran a saltarme dudas y alarmas.

No poder verte a diario era insoportable e intentaba plasmártelo, pero tú contestabas a mi dolor con desdén.

¿Estaba la distancia consiguiendo que acabase nuestra relación?

Mis ojos se llenaban de lágrimas. Sabía que era una estúpida por pensar que alguien distinto a mí pudiera llamara tu atención, conociéndote como te conozco.

Finalmente llegamos a nuestro destino.Abrí la maleta. En cuanto mis padres no necesitaron mi ayuda me vestí, tal como iba el día de nuestra despedida y me fui a la playa, en donde habíamos quedado.

Al llegar, cogí mis sandalias y, descalza, caminé sobre la arena. El viento jugueteaba con mi melena suelta. Inspiré el olor del mar y me senté con tu última carta y con todas mis dudas. Esperé, controlándome para no mirar el reloj de muñeca que me regalaste. Te retrasabas.

El corazón me decía que en cualquier momento podías aparecer, que esperara un poco más.

Al fin me levanté con tristeza, me volví para contemplar aquella estampa de película que poco a poco dejaba tras de mí y seguí caminando hasta salir de la playa.

De pronto oí gritar mi nombre. No hacía falta que me diera la vuelta para reconocer al dueño de aquella voz.

Eras tú.