V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

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Cristina Vizcaíno, 16 años

                  Colegio La Vall (Barcelona)  

“Querido padre,

Vuelvo a casa.

La guerra ha sido dura, pero hemos vencido a pesar de haber perdido a muchos compañeros. Al fin se ha acabado todo. Los alemanes han sido un hueso muy duro de roer. Verme en el campo de batalla, jugándome la vida, consciente de que cada segundo que pasaba podía ser el último, ha hecho que me dé cuenta de lo mucho que os necesito.

Durante las últimas semanas me comporté de un modo estúpido: portazos, malas caras, indiferencia, mal humor… Ahora me doy cuenta de lo insoportable que fui, especialmente con mamá. Y luego, el día de la partida ni siquiera me molesté en despedirme de vosotros.

En estos últimos meses he lamentado cada noche no haberos dirigido ni siquiera un adiós. Cuando parecía que nos llegaba el fin, imaginaba como debería haber sido aquella despedida. Lo siento...

La guerra me ha cambiado. Ya no soy un niño malcriado, un adolescente rebelde. Hay etapas en la vida en las que necesitas un golpe de atención para reaccionar. Este golpe ha resultado bastante brusco, pero madurar en la defensa de un ideal es una oportunidad que no podía dejar pasar.

Aún hay más; he decidido dejar de hacer el vago con los libros. Después de una guerra siempre viene un tiempo difícil de recuperación y la sociedad necesita gente que arrime el hombro. Si estudio de firme podré encontrar un buen trabajo y aportar mi granito de arena. Así que, ya lo ves: toda la vida insistiéndome en que tenía que ser un hombre de provecho y ha tenido que venir la guerra para hacerme entrar en razón.

Me despido. Hoy celebraremos el funeral por los caídos. Dentro de unos días volveremos a vernos. Estaréis orgullosos de mí, os lo aseguro.

Con cariño,

James”

James atravesó el patio. Una ráfaga de aire fresco le trajo un olor a lavanda. Aspirar el olor de casa le reconfortó. Se detuvo a escuchar. ¿Y los acostumbrados correteos, gritos y risas que se oían por todo el vecindario? Era normal en una casa con siete hijos. Aquella algarabía había sido reemplazada por un silencio sobrecogedor.

Se acercó a la puerta de entrada y giró el picaporte. La puerta estaba abierta.

-¿Hola? -gritó.

La casa estaba vacía.

De una carrera se fue hasta el buzón. Allí, junto a facturas y cartas del ayuntamiento, encontró el sobre que envió desde el frente.

Y volvió, de nuevo, a arrepentirse de su comportamiento.