V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

Y escapó del nido

María Álvarez Romero, 15 años

                 Colegio Entreolivos (Sevilla)  

Bajé del el autobús y caminé rumbo a casa. El día había sido muy duro, repleto de exámenes y exposiciones. Sin embargo, el verdadero culpable de mi estado de ánimo era el tiempo, empeñado en cubrir de nubes cielo y tierra. Caminé entre la niebla, limitándome a mirar al suelo. Por eso no reparé en su presencia.

–¡María!.

Sorprendida, alcé la mirada. Mis ojos se toparon con una persona conocida: menudo, de tez morena, ojos verdes y pelo negro.

-Hola, Fran –le saludé sin mucho entusiasmo, intentando dibujar una sonrisa. No es que no me alegrase de verle, sino que mi estado de ánimo me impedía mantener una conversación.

Decidí proseguir mi camino para llegar a casa cuanto antes. Sin embargo, su mano me sujetó el brazo.

–María, me voy.

Parpadeé, intentado asimilar aquellas palabras. Por primera vez me fijé en su aspecto: estaba despeinado y en sus pómulos se podían ver alguna sombra de barba, olvidada en un afeitado repentino. Sus ojos tenían un brillo distinto; ya no poseían el verde apagado de la tristeza, al contrario, pues en aquel momento lucían como esmeraldas que traslucieran determinación y valentía.

–¿Te vas? –apenas logré articular mi pregunta.

Asintió y levantó el brazo, como para verificar su gesto. De su mano colgaba una maleta raída del Betis, aquella que tantas veces le había visto hacer y deshacer en sus momentos de debilidad.

–Pero... ¿Así, de repente? –no lograba asimilarlo–. ¿A dónde?

–A casa de mi hermana –respondió–. Ahora que tengo diecinueve, no seré una carga para ella. Me ha dicho que me ayudará a conseguir un trabajo con el que podré pagar mis estudios. Además, quiero ver a mi madre. Necesito verla.

Aparté la mirada. Iba enserio. Ya no se trataba de uno de tantos amagos.

Me vino a la cabeza el día que le conocí, en verano, cuando me contó su historia.

***

Tuvo una infancia feliz, junto a sus padres y hermanas. Pero todo cambió cuando su madre comenzó a beber después de que su padre les abandonara. Su vida dio un giro de ciento ochenta grados, tornándose gris y oscura, obligándole a cambiar sus travesuras de niño por las huidas en la noche, convirtiendo el juego del escondite en una necesidad para escapar de las palizas. Su vida y la de sus hermanas se había convertido en un infierno. Dejó de ser niño para convertirse en adulto antes de tiempo. Ya no era el pequeño de la familia sino el hombre de la casa. A pesar del dolor que le causaba delatar a su madre, a los doce años informó de su conducta a las autoridades.

Los policías no tardaron en actuar: la detuvieron y después el juez la internó en un centro de rehabilitación, quitándole la custodia de sus hijos e impidiéndole volverlos a ver hasta que estuviese recuperada. Los tíos de Fran se quedaron al cuidado de sus hermanas mayores, asegurándoles una vida mejor y la posibilidad de terminar sus estudios. Pero él era demasiado pequeño. Pasó a vivir en una familia de acogida. Una casa ajena, una familia desconocida y unos hermanos postizos. No lo trataban como a un hijo, se limitaba a cumplir la ley y pagar los gastos de su crianza. A partir de entonces el objetivo principal de Fran fue escapar de aquel lugar.

***

Alcé de nuevo la vista para observarle. El brillo de sus ojos había aumentado

–¿Volverás? –tartamudeé.

Fran Sonrió y se secó una lágrima fugaz.

–¡Pues claro! –exclamó–. Volveré en verano y te llamaré para que nos veamos. No te librarás de mí fácilmente.

Ante la idea sonreí, contenta de no perder un amigo. Él me abrazó con fuerza. Yo le respondí del mismo modo, añadiendo un beso en la mejilla.