II Edición

Curso 2005 - 2006

Alejandro Quintana

Y no había nada que hacer

Víctor Bárcenas, 16 años

                  Virgen de Atocha (Madrid)  

    Y no había nada que hacer…

    ¿Quién habría imaginado que mi vida acabaría en este aparato infernal? Creíamos que nos haría ganar la guerra, pero...

    Los ingenieros idearon un vehículo que nos daría la definitiva victoria, que traería la paz anhelada. Tras tres duros años de trabajo, la maquina estuvo terminada. Tenia una forma un tanto extraña, pero nos aseguraron que funcionaba como la seda.

    ¡Maldigo el día en el que me introduje en ese cacharro por primera vez! Estaba impoluto, los controles respondían perfectamente y en ninguno de los simulacros dio menos de lo que esperábamos de ella. Terminadas las pruebas, la botamos con el nombre de Betty, que corresponde al de la madre de uno de los ingenieros que colaboraron en el proyecto, fallecido recientemente.

    Y partimos con Betty a la batalla.

    Nos habían informado de que nos encontraríamos un tanque enemigo a dos días de nuestro campamento. Nuestra misión era destruirlo. Parecía una tarea fácil, “vini, vidi vinci”, como dijo Julio César, pero nada salió como esperábamos.

    Después de dos días y medio de viaje, nuestros sistemas no detectaban nada inusual. Inusual es una palabra un tanto irónica, pues algo que para muchos es común, para nosotros podía suponer la muerte.

    Los sistemas de nuestro vehículo descartaban todo objeto que no superase los cinco metros de longitud. ¡Malditos ingenieros! ¿Y qué ocurre cuando un proyectil sólo tiene cuatro metros y medio?

    A cada sacudida que recibíamos, le acompañaba el intermitente parpadeo de uno o varios controles del panel. Eso significaba que estaban atacando puntos clave del aparato. ¿Quién les había proporcionado los planos? ¡Malditos espías! ¡Cómo los odio!

    Cada vez había más pilotos encendidos: motor uno, tres, cinco y seis dañados; motor dos, inhabilitado; cubierta inferior, destruida; comunicaciones, inhabilitadas. Tras este último mensaje, la consola se apagó.

    Cundió el caos en la cubierta. Sin controles, no podíamos detectar al enemigo, y mucho menos contraatacarle.

    Cuando se encendieron las luces de emergencia, no quedaba nadie. ¡Todos habían huido a escape a los vehículos y me habían dejado solo! Sabía que solo y sin panel de control, no aguantaría mucho tiempo.

    Me puse al mando de Betty e intente resistir. Desde una escotilla contemplé varias explosiones. ¡Estaban destruyendo los vehículos de mis compañeros! Yo iba a ser el último en morir.

    De repente, Betty perdió el equilibrio, se tambaleó y cayó contra el suelo. Me precipité al vacío.

    Y no había nada que hacer…