VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Ya era tarde

Juan Pollicino, 16 años

                  Colegio CEU Jesús María (Alicante)  

Nuestro alcalde Tarquino nunca se casó, pero tenía a su cargo los dos hijos de su hermano menor, que había muerto unos años antes. Dispuso que ambos, José y Alberto, estudiaran en la escuela del pueblo. El mayor, José, tenía doce años, pero Alberto era el preferido de Tarquino por ser más pequeño; en aquel entonces iba a cumplir nueve años.

Sucedió que un día, al volver Tarquino del trabajo, se encontró que sus dos sobrinos se estaban peleando. Era tal el escándalo que provocaban, que los gritos de Alberto se escuchaban desde la calle. Entró el alcalde en su casa y los vio en el suelo de la cocina, dándose puñetazos y patadas. Los separó y les pidió explicaciones de lo sucedido, pero cada cual le echaba la culpa al otro. Así que decidió castigarles a ambos sin salir al parque, obligándoles a ordenar la casa.

A la hora de cenar, el ambiente ya estaba más tranquilo. Entonces Tarquino les contó a sus sobrinos la siguiente historia:

“Emilio y Tomás eran dos gemelos que poseían características totalmente antagónicas. El primero era un hombre con un mal corazón, rico, ambicioso y poco caritativo; en cambio, Tomás era una persona honrada y humilde, que vivía de la caridad junto con otros mendigos en la ciudad.

Sucedió que el destino quiso que cambiaran su suerte. El rico pasó a ser pobre y el pobre pasó a ser rico. Emilio vivía sumergido en la peor de las desgracias. Sin embargo, a Tomás le sonreía la vida con el dinero que ganaba y formó una familia para perpetuar su apellido.

Tal era la pobreza de Emilio que mendigaba por la ciudad y dormía en el banco de la plaza central frente a la catedral. Fue entonces cuando se le ocurrió pedir dinero a su hermano rico, que de seguro no se lo negaría, y así podría salir de su pobreza. Se levantó una mañana y se encaminó hacia la mansión del buen Tomás. Al llegar llamó a la puerta y pidió hablar con el dueño. Al verle, su gemelo no le reconoció por su delgadez y su estado tan deteriorado. Emilio le dijo:

-Por favor, hermano mío, dame un poco de tu dinero para que pueda salir de esta terrible pobreza. Ojalá no te pase lo mismo que a mí y tu corazón se endurezca a causa del dinero. Por caridad, al menos, dame pan y vísteme.

Pero el corazón de Tomás ya no era el mismo de antes, ya que la riqueza cambia muchas veces a las personas. Y deseoso de vengarse, pues jamás Emilio le había ayudado en la desgracia, decidió no darle ni una lira y lo echó de su casa, rechazándolo como hermano.

Triste se fue Emilio porque veía el error en el que había caído Tomás. Se dio cuenta de lo que hace la ambición en el corazón del hombre.

El tiempo pasó y la suerte de ambos seguía intacta, pero aconteció que el rico de Tomás enfermó y su cuerpo comenzó a descomponerse por dentro. Al mismo tiempo, Emilio se moría de hambre en el banco de la plaza, sin que nadie se acordase de él.

El cáncer se expandió más rápido de lo normal y en dos semanas Tomás agonizaba en su cama, rodeado de su familia. En su corazón de piedra recordó a Emilio y surgió ese espíritu noble que aún quedaba en él. Entonces lo mandó a llamar, pero cuando fueron a buscarle yacía su cuerpo sin vida. Tomás murió con pena, pues ya era tarde para pedir disculpas.”

Terminó la historia Tarquino y los dos hermanos pidieron perdón a su tío por lo sucedido. El alcalde, al verles arrepentidos se los llevó a la heladería de Pescara y los invitó a un cucurucho de chocolate con granizado.

Una vez más nuestro amigo Tarquino nos enseña otra máxima. De la misma forma que el gaucho Martín Fierro, nos exhorta: “Los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera”.