XX Edición
Curso 2023 - 2024
1914
Blanca Carrasco, 15 años
Colegio Adharaz (Sevilla)
Walter Schowffield esperaba despertarse de madrugada a causa de las explosiones. Sin embargo, cuando abrió los ojos sintió un escalofrío, pues le envolvía el silencio.
Los altos mandos les habían dado órdenes directas: “No confraternizar con el enemigo”. Esto se debía a Rolf, su compañero, y a la revuelta de la noche anterior, cuando comentó que quería proponer una tregua de un día.
Walter se rio de él.
—Si levantas la cabeza por ese parapeto, te la van a volar de un disparo —le advirtió a su compañero—. Una tregua no es posible; no son de fiar.
Rolf se encogió de hombros y se asomó por encima de las trincheras durante unos segundos.
—¡Mañana, nosotros no disparar! ¡Vosotros no disparar! —exclamó a pleno pulmón en el idioma enemigo.
—¿Qué te propones? —gritó Walter, tirando de él hacia abajo.
—No tengas miedo —le replicó su amigo—. Sé lo que hago.
Rolf comenzó a entonar un villancico tradicional. Para su sorpresa, otros soldados de su mismo ejército comenzaron a unirse hasta formar un gran coro. El sentimiento de desconcierto fue aún mayor cuando el enemigo se sumó con una versión del mismo canto navideño en su propio idioma.
Aquella noche pocos lograron dormir tranquilos. No por el frío o la humedad de las trincheras, que les calaba hasta los huesos, ni por los sonidos de las minas que explotaban en la lejanía: aquel breve acto espontáneo de amor los había dejado confusos.
Cuando Walter despertó, buscó con la mirada su chaqueta y su rifle. Vio que Rolf estaba completamente activo.
—¿Estás bien? —le preguntó.
Rolf no contestó de inmediato. Sus ojos estaban fijos en la tierra de nadie que les separaba de los ingleses.
—Te reto a asomarte por encima del parapeto —le dijo Rolf de repente—. No te dispararán. Están tan hartos de esta guerra como nosotros. Además, es Navidad. ¿O es que los británicos no la celebran?
—No.
—Walter, mueren más soldados por el frío y las enfermedades que por armas de fuego. Ellos también tienen miedo.
Walter puso los ojos en blanco. De nada serviría discutir.
—Está bien —accedió con reticencia.
—¡Así me gusta! —dijo, dándole una palmada en la espalda.
Se descolgó el rifle y avanzó hacia delante, para enseguida asomar la cabeza con los brazos en alto.
—¡A las armas! —gritó un oficial enemigo, pero no dispararon.
Puso los pies en la tierra de nadie. Los rifles aún le apuntaban. Entonces, un soldado enemigo asomó su cabeza por encima de la trinchera. El inglés avanzó con paso lento e indeciso y una expresión de terror mal disimulada. Walter empezó a pensar que su amigo tenía razón: estaban tan asustados como ellos.
Finalmente, se encontraron a unos centímetros de distancia. Walter lo saludó y el soldado asintió con recelo.
—Mi… nombre… Walter —dijo en su idioma.
—Encantado —le contestó el otro—. Me llamo Will.
Walter sonrió, ya que apenas hablaba su idioma. Miró hacia los lados y vio lo imposible: soldados de distintos uniformes intercambiaban unos saludos.
Un militar británico comentó algo al oído de Will, que inmediatamente volvió sobre sus pasos y se ocultó de nuevo en la trinchera. Walter se inquietó, pues por deferencia había abandonado el arma en el suelo. Sin embargo, respiró tranquilo en cuanto Will volvió a aparecer, esta vez con un balón en las manos. Ambos bandos comenzaron a lanzar vítores. Los ingleses delimitaron una portería con sus cascos. Los alemanes calcularon la distancia adecuada con una serie de pasos para plantar también los suyos. Cada bando escogió un capitán, este decidió la alineación y… comenzó un partido de fútbol en el paisaje de la guerra.
Cuando terminó el encuentro, se oyeron voces procedentes de las trincheras enemigas. Los altos mandos británicos gritaban órdenes que los alemanes no entendían.
En ese momento, un soldado enemigo sacó su rifle y disparó a Rolf.
Walter se agachó frente a su amigo. La bala le había dado en el costado y estaba perdiendo mucha sangre. Se quitó la chaqueta y la usó para aplicar presión sobre la herida. La paz se había roto.
No vaciló. Cargó a su compañero sobre los hombros y lo arrastró hacia la trinchera. Una vez allí, un médico se encargó del herido. Walter se dejó caer sobre el escalón de tiro. Recordaba vívidamente los rostros de los británicos. El parecido entre aquellos jóvenes era tan asombroso que no se parecía en nada a la versión que les habían contado: todos ellos anhelaban la llegada de un futuro en paz.