IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

7648, moneda de un céntimo

Remei Pallás, 16 años

                 Colegio Canigó (Barcelona)  

7648 venía desde muy lejos, pero no tenía destino. Viajaba mucho, al igual que tantas otras como ella. No era de las más brillantes: hacía ya mucho que había salido de la fábrica, aunque eso no importaba porque toda experiencia es poca; una moneda nunca sabe lo que el destino le reserva. Aunque, según lo que había aprendido, era predecible lo que a 7648 le esperaba según la textura y tamaño del monedero dónde se encontrase.

Si se trataba de un monedero suave, aterciopelado y grande, no cabía duda de que el viaje sería corto. Quien poseía esa clase de monederos siempre tendía hacia los billetes, sobretodo los que tenían más de una cifra. Al buscar a monedas como 7648, los propietarios maldecían las esquinas entre las que se quedaban prendidas. Si, al contrario, se trataba de un monedero viejo y gastado, tampoco era sinónimo de reposo y descanso: pronto volvían a la calle a cambio de productos de bajo coste. Así que, por eliminación, el único lugar para una moneda de un céntimo era la hucha: eso sí que era buena vida.

7648 sólo había estado en una hucha. La había encontrado una niña, después de que 7648 se cayera del monedero de una anciana. Recordaba bien que se daba por perdida, ya que se encontraba cerca de la alcantarilla y llovía. Pero aquella niña la recogió, la secó con cuidado y la guardó en el bolsillo. Tras esa duradera oscuridad, escuchó como se abría un bote y, breves momentos después, cayó entre varias como ellas.

Estuvo mucho tiempo allí compartiendo experiencias con las otras monedas. Pero un día la niña se hizo joven y decidió que ya era mayor para arreglar su economía sin necesidad de monedas de bajo valor. Así fue como 7648 se adentró en un bonito monedero verde y esperó su siguiente destino. Pero aquella fue la primera vez que no la utilizaron como moneda.

Cristina había comprado un boletín de la suerte (con algunas compañeras de 7648) y se disponía a rascar los números. ¿Qué mejor que utilizar una moneda de un céntimo? Con nervios, la muchacha rascó todos y cada uno de los números. Guardó el boletín y a 7648, con la que volvió al día siguiente para comprobar el número ganador.

Tubo que asegurarse varias veces. Aquella vez sí que había tenido suerte. ¡Cristina había ganado! Tan sólo había acertado el último número, suficiente para que le devolvieran el dinero del boletín. Sonriendo, buscó a 7648 y le dio un beso antes de afirmar, orgullosamente, que sería “mi céntimo de la suerte”.

Todas las compañeras de 7648 le felicitaron, porque había conseguido cambiar su valor. Seguramente, aquel viaje tampoco le duraría mucho tiempo, y pronto estaría de vuelta en algún cajero. Pero cuando alguien maldijera las monedas de un céntimo, ella sabría, del todo cierto, que no eran tan inútiles como todo el mundo pensaba.