XX Edición
Curso 2023 - 2024
90 – 60 – 90
Marta Luengos, 15 años
Colegio Ayalde (Vizcaya)
Odio el sentimiento de culpa que me invade cada vez que disfruto de una taza de chocolate y una ración de churros. Pese a todo, reconozco que solía esperar con muchísima ilusión el desayuno del 6 de enero, para devorar una buena colección de churros y varios pedazos de roscón. Ya no es lo mismo; a cada mordisco, tres cifras revolotean por mi cabeza: 90 – 60 – 90. Es decir, 90 centímetros de pecho, 60 centímetros de cintura y 90 centímetros de caderas. Cuando me observo en el espejo, me doy cuenta de que estoy muy lejos de lograr los números propios del cuerpo de una modelo. Para conseguirlos tendría, además de cumplir estas medidas, librarme de la escoliosis, aumentar mi altura y tener una cara bonita.
Dicen que la belleza es un principio subjetivo. Sin embargo, la sociedad nos impone unos estándares que nos hacen sufrir. Si damos por supuesto que la naturaleza es bella, tendríamos que aceptar que no es bello tener un cuerpo limitado por esos 90 –60 – 90, que son las cifras de la tiranía que nos domina.
A veces me pregunto cómo seré en un futuro, y tengo por seguro que no tendré que agradecer haber alcanzado los estándares de belleza que imperan en estos momentos. De hecho, pensaré todo lo contrario: recordaré con regocijo la pizza de jamón y queso que me zampé el día que el equipo de mi tierra ganó la copa del Rey, y los churros que me encontré en aquel bufete de un hotel de Pamplona, que tanta ilusión me hicieron. También evocaré el primer helado del verano, de limón y yogur.
Si llego a los noventa años, estaré orgullosa de haber visitado más de sesenta países, del listado interminable de mis amigos y de mi colección casi infinita de anécdotas, entre las que se encontrarán esas mañanas de Reyes en las que el chocolate a la taza me dibujaba un bigote oscuro y los churros dejaban un reguero de azúcar. Me malicio que, por entonces, 90 – 60 – 90 me sonarán a la enumeración de un ridículo billete de lotería.