XI Edición

Curso 2014 - 2015

Alejandro Quintana

A escondidas

Irene Villarreal, 16 años

                Colegio Senara (Madrid)  

Murieron cinco más.

En nuestro huracán de sentimientos gritábamos de júbilo a la vez que llorábamos por dentro. No nos alegrábamos de su pérdida, pero sabíamos que su muerte nos daba la vida. Así pues, cogía la pala al igual que el resto de los reclusos que trabajábamos en el improvisado cementerio y, con movimientos propios de un autómata, cavaba en el hondo agujero que se alimentaba de los cadáveres de nuestros compañeros.

Era la misma guerra para todos, pero ellos morían y nosotros, gracias a ellos, conservábamos la vida. Además, sin muertes no había trabajo y, entonces, la débil cuerda que nos unía a la vida podía ser cortada sin compasión. Por lo tanto, mientras siguieran llegando a nosotros, me sentía aliviado de los días que se añadían a mi historia.

Aun así, siempre intenté devolver la vida a aquellos que ya no la poseían. Con los conocimientos que logré antes de la guerra, los que podía recordar y que me hacían sentir tanto orgullo, procuraba encontrar alguna señal en los muertos que me dijeran que seguían con vida. Sin embargo, pensé abandonar esa práctica, pues comprobar con tus ojos la dura realidad es más difícil que mirar desde la lejanía.

Una noche, con estos pensamientos, me levanté sin esperanza, dispuesto a finalizar el trabajo acumulado durante el día. Al empujar con la pala al último cuerpo hacia el negro agujero, oí un quejido desde el fondo. Salté como un loco, decidido a encontrar el origen de aquella voz. Era una mujer y estaba embarazada.

Pocos minutos después asistí al quinto parto en toda mi carrera. Al contemplar a aquel recién nacido tratando de abrir los ojos, comprendí que la vida sigue adelante.

Sonó una sirena y, como por instinto, me eché encima de la parturienta y de su hijo, por si fuera a comenzar un bombardeo aéreo. Me equivoqué; eran tanques estadounidenses que irrumpieron en la oscuridad del campo.

<<¡Hemos ganado la guerra!>>, decían, pero los reclusos a los que liberaban habíamos perdido otra contienda diferente.

Sin embargo, la esperanza estaba de nuevo cosida a mi corazón. Agarré a la mujer y al niño. Atravesamos las temidas puertas del campo para avanzar hacia un mundo mejor.

Recordaré siempre, no lo que perdimos, sino lo que nos queda por ganar.