XVI Edición

Curso 2019 - 2020

Alejandro Quintana

Abismo

Laura Mena, 16 años 

Colegio Valdefuentes (Madrid)

Tenía los ojos cerrados y respiraba profundamente. Intentaba concentrarse. Sentía un nudo en la garganta mientras observaba cómo la vida pasaba por delante de sus narices. Pero él no era más que un mero espectador de los momentos más bonitos que había experimentado y que salían a flote. También lo hacían  los más tristes: recordó sus errores con la seguridad de que no podía hacer nada para cambiarlos. Un tropel de emociones surgían después de llevar años enterradas bajo una densa capa de descuidos.

Recordó a su madre cuando lo acostaba por las noches en la pequeña cama que compartía con su hermano. Su dulce voz siempre le había ayudado a conciliar el sueño. Aunque ella no había sido el mejor ejemplo, se había esforzado para no arrastrarlos a la delincuencia. 

Recuperó la imagen de una madre que, después de ser abandonada por su esposo, había trabajado a destajo para sacarles adelante. A ella no le había importado cómo ni dónde: fue mujer de la limpieza en distintos hogares, camarera en algunos bares, dependienta y cajera de una gasolinera. Fue capaz de aprender cualquier oficio que la vida le puso delante. Y aunque había tropezado más de una vez con malas costumbres que se encontraban fuera de la Ley, sus hijos siempre consiguieron que se enmendara.

Le vino la imagen de su abuelo, al que admiró desde renacuajo. Rememoró las noches que pasaba con él observando las estrellas, aprendiendo los misterios del universo. Nunca llegó a entender dónde había aprendido aquel hombre que muchas de las luces que colgaban en el firmamento pertenecían a estrellas que, probablemente, estaban muertas. Ojalá pudiera seguir escuchándole...

Reconoció a todas las personas que se habían sacrificado por él. Todas ellas le habían dado la oportunidad de llegar muy lejos, de salir del mundo negro en el que había nacido. Por desgracia, con el tiempo su lucha había perdido sentido. Pero no podía permitirse desperdiciar todo el sudor que había invertido en alcanzar su meta.

Hacía tiempo que se levantaba por las mañanas sin ganas de separarse del colchón. Al caer la noche le envolvía la nostalgia. Le costaba dormir sin la compañía de su hermano y la voz de su madre, repitiéndoles que todo iba bien. Se echaba en cara haberse distanciado de ellos para buscar el éxito. Los sustituyo por el reconocimiento de un grupo de desconocidos que se aprovecharon de su talento para que aumentaran los ceros en la cuenta de resultados. Estaba harto de las sonrisas falsas; quería recuperar la autenticidad, pero no veía cómo. 

Por todas esas razones se encontraba sentado en la barandilla del balcón. A sus pies había un abismo. No quería acabar con su vida, pero no encontraba la luz que diera razones para continuar sus días. Había perdido la capacidad de confiar en los demás. 

De pronto tuvo claro que necesitaba volver a aquel tiempo en el que todo fue real, en el que a su lado tuvo personas en las que confiaba. Con cuidado fue dándose la vuelta y plantó los pies en el suelo. Caminó hacia el interior de su casa y, una vez entró, cerró la puerta del balcón. Con un cierto temblor descolgó el teléfono y marcó un número que conocía bien, aunque llevaba tiempo sin pulsarlo.

–¿Madre?... Soy yo.