VIII Edición

Curso 2011 - 2012

Alejandro Quintana

Afganistán

Almudena Outeda Rodríguez, 16 años

                 Colegio Senara (Madrid)  

Y de pronto, le vio.

Ocultos entre los cascotes asomaban unos ojos negros, camuflados en la cara tiznada. Aferraba con fuerza unos hierros oxidados que alguna vez pudieron haber sido una bicicleta.

Jaime no se había encontrado con un niño desde su salida de Madrid. Qala i Naw era una ciudad fantasma. Por sus calles, tropas de todo tipo de nacionalidades se batían a diario contra los grupos de talibanes. Las atrocidades y los asesinatos estaban a la orden del día. Las mujeres y sus chiquillos corrían a refugiarse siempre que les era posible.

Al Jariwmi se removió asustado, consciente de que le habían descubierto. Pero algo le detuvo. Una corazonada. Quizás la mano abierta del oficial o su franca sonrisa. No sabía por qué, pero presentía que éste no era como los demás. Poco a poco, salió de su escondite.

A partir de entonces, Jaime le tomó cariño. Cada día, al terminar su patrulla, el comandante acudía a un callejón poco transitado, cercano a uno de los extremos de la base. Allí, protegido del peligro, le esperaba Al Jariwmi.

El pequeño afgano pasaba con él todas las tardes, devorando con avidez aquello que Jaime lograba llevarle: chocolatinas, galletas, aceitunas…. Todo pasaba de los abultados bolsillos del oficial a los del niño, que tras dar varios bocados guardaba el resto de los víveres en su diminuto zurrón.

Al Jariwmi volvía siempre con una sonrisa en los labios, los carrillos llenos de chocolate y el zurrón vacío, dispuesto a seguir escuchando las historias de Jaime, que tanto le gustaban.

Y con la bici rota.

Daba igual lo fuerte que le apretase Jaime las tuercas o las veces que le cambiase el manillar o la cadena, que siempre regresaba deteriorada y oxidada.

-Lo siento, me tropecé con un bache y me caí –se excusaba el niño avergonzado, mientras el oficial miraba el vehículo con asombro.

Baches, camellos, golpes… Cada día ocurría algo nuevo con la bici y cada día regresaba Al Jariwmi sonrojado con un nuevo pretexto. Y Jaime se la volvía a arreglar pacientemente. Pero sus destrezas de mecánico no eran suficientes para solucionar el misterio de la bicicleta.

Un día, un estornudo rasgo el aire.

Aunque Al Jariwmi trató de disimular, ninguno de los dos había sido.

Jaime dejó la bicicleta a medio reparar y se puso a buscar de dónde procedía el sonido, ignorando los intentos de Al Jariwmi para que dejara su empeño.

Los encontró en una de las casas abandonadas.

Doce niños con los carrillos manchados de chocolate se escondían en su interior. Y todos llevaban una bici. Todos menos uno.

Impresionados por las historias que contaba Al Jariwmi, todos los chiquillos de Qala i Naw querían conocer al famoso comandante. Pero avergonzados y temerosos de la reacción del oficial, se reunían en la vieja casa, desde dónde escuchaban sus cuentos agazapados a través de la ventana, esperando que Al Jariwmi se reuniese con ellos para repartir las golosinas.

Y cómo no, haciendo turnos para reparar sus respectivas bicicletas.