XI Edición

Curso 2014 - 2015

Alejandro Quintana

Alas de inocencia

Beatriz Jiménez de Santiago, 16 años

                 Colegio Senara (Madrid)  

—Hoy te veo muy bien.

Se sentó en el borde de la cama y, sin esperar respuesta, continuó hablando.

—¿Sabes qué me ha pasado esta mañana? Cuando me levanté y vi el jardín vestido de blanco, creí que era un sueño, porque cuando nos casamos te pedía que me llevaras a la montaña. Por supuesto, tú te negabas; decías que no te gustaba la nieve —se rio—. Y aunque nunca fuimos, me pintaste ese cuadro para que pudiera contemplar las cumbres nevadas desde casa, incluso en verano —volvió a reírse—. Siempre tan detallista, diste vida a ese paisaje. Y aunque no te lo creas, lo siento cálido, a pesar de la nieve, cada vez que lo miro —suspiró—. Ahora, la nieve con la que hoy hemos amanecido está muy, pero que muy fría. No te habría gustado.

—¿Con quién hablas, abuela? —su nieta asomó la cabeza por la puerta de la habitación.

—Con el abuelo.

Le hizo un gesto con la mano para que entrase y volvió la vista al cuadro.

Sintió a su marido cogiéndole la mano y cerró los ojos para recordar: un beso en la mejilla, una rosa, cuando sostuvo en brazos a su primera hija, cuando repitió el gesto con los cuatro siguientes, la leña en Navidad, las flores en la primavera, las vacaciones de verano y cuando paseaba sobre las hojas del otoño junto a él.

—¿Qué tal está? ¿Se lo pasa bien en el Cielo?—preguntó la niña.

La mujer abrió los ojos. Parecía que él nunca se hubiese ido de su lado porque le hablaba todos los días. Sabía que le escuchaba. Siempre lo había hecho. Y aunque no le contestase, veía su gesto pausado y alegre. Y olía la colonia que usaba los domingos. Aún le amaba.

—De maravilla —respondió convencida.

—¿Por qué yo no le veo? ¿No se acuerda de mí? —su voz poseía un leve atisbo de anhelo.

—Claro que se acuerda —acarició el pelo rizado de la pequeña—, pero prefiere quedarse escondido, detrás de ti, para ayudarte cuando le necesites.

—¿Como un ángel de la guarda? —preguntó con la dulce inocencia de los niños pequeños.

—Exacto. Será tu ángel de la guarda.

Quizás no todo acaba con la muerte.

Quizás para conocer la verdad haya que razonar con la candidez de un niño.