IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Álbumes de fotos

Beatriz Jiménez Castellanos, 15 años

                 Colegio La Vall (Barcelona)  

Me he levantado tarde; ya estoy algo mejor. Ayer ardía mi frente por la fiebre. Después de desayunar he encendido el televisor, por matar el rato, pero no había un solo programa interesante a esas horas. Por otra parte, con el dolor de cabeza no me apetecía leer, así que he decidido dedicar un rato a los álbumes de fotos que, año tras año, van aumentando en la estantería. Los más antiguos los he visto una y mil veces, pero me encanta hojear esas páginas repletas de recuerdos. Como están ordenados cronológicamente empiezo por el de cuando papá y mamá eran novios; realmente eran muy guapos los dos. Después llega el de mi hermana Marta, que por ser la mayor tiene dedicado uno entero de cuando era bebé. Hay fotos de todo tipo: su primer baño, su primera papilla, sus primeros pasos, el parque, etc. En el siguiente aparezco yo, con esos mofletes rosados que me caracterizaron hasta que cumplí ocho años. Poco a poco se van añadiendo Álvaro, Pablo e Ignacio, el más pequeño de los hermanos.

Cuando estoy con el quinto álbum noto una lágrima deslizándose por mi mejilla. La culpa la tienen todos esos momentos de mi infancia, los recuerdos que hacen que todo se convierta en nostalgia.

¿Quién no ha deseado volver a ser niño? Cuando nuestros problemas se reducían a no tener un chupa-chup o un trozo de pan, cuando nos bastaba oír un cuento en la voz de nuestros padres para soñar. Entones queríamos ser princesas, viajar a lugares exóticos, ser descubridoras de algún de medicamento que acabara con el cáncer, mil quimeras que hemos abandonado para siempre. Nuestros padres eran héroes, nos fascinaban las historias de nuestros abuelos y ansiábamos saber cada día un poco más. Jugábamos en cualquier lugar, inventando mil historias. Queríamos, por encima de todo, ser mayores.

Fue durante la infancia cuando aprendí el valor de la amistad, de la sinceridad, a saber pedir perdón y a luchar por todo lo que merece la pena. Somos los mismos de antes, y sin embargo, hemos cambiado tanto… Aunque no por ello tenemos que desanimarnos. Más bien al contrario: es una suerte ser conscientes del paso del tiempo. Ahora que tenemos aprendido lo que nos enseñaron durante la niñez, tenemos capacidad para aprender por nosotros mismos, capacidad para elegir. Nuestros fallos, nuestras equivocaciones nos hacen luchar por vencer aquello que nos cuesta. Ahora obramos con el juicio que de pequeños no teníamos.

Con esperanza cerré el último de los álbumes. La fiebre se había marchado definitivamente.