XI Edición

Curso 2014 - 2015

Alejandro Quintana

Álbumes de fotos

Pablo Castilla, 16 años

                  Colegio Altocastillo (Jaén)  

Llegó otra Navidad.

La familia de Pablo partió hacia el pueblo de su padre, aunque no fuera el deseo del muchacho. Le fastidiaba tener que pasar las vacaciones fuera, ya que en la ciudad había muchas más cosas que hacer. Sin embargo, no volverían hasta comienzos de año. Por otro lado, agradecería el aguinaldo que sin duda le daría la abuela.

Al llegar al villorrio, concluyó que aquel lugar era lo más parecido al infierno. Todo seguía igual de aburrido: dos calles y una iglesia que necesitaba una restauración desde el siglo XIX. Al pueblo en general le urgía aquella restauración.

Encontrarse con su familia paterna no le alegró demasiado. Saludó a todas sus tías lejanas, que ni recordaban su nombre ni sabían salirse del guion de las mismas preguntas. No respiró hasta que se quedó solo en su habitación. Pero enseguida tuvo que salir para ayudar a su abuela con las tareas del hogar.

Mientras limpiaban el salón, el muchacho encontró un viejo libro. Al abrirlo se encontró fotos en blanco y negro y algunos comentarios escritos a mano. Para su abuela no eran simples imágenes: era el álbum de su infancia, el de su romance con el abuelo de Pablo, que fue breve a causa de la guerra.

-Abu, ¿de qué te acuerdas al ver estas fotos?

-Me conmueve descubrir cómo una simple estampa puede traerte tantos recuerdos.

Fue la primera vez que mantuvieron una conversación íntima. Pablo pensó que hasta entonces no había sido un buen nieto. No tenía una sola foto con ella desde el día de su bautizo. Decidió que la situación iba a cambiar.

Aquellas Navidades fueron las mejores de su vida. Conoció mejor a su familia del pueblo. Y para inmortalizar aquellos instantes, tomó tantas imágenes que la memoria del móvil se saturó.

Cuando volvieron a la ciudad, se dio cuenta de que la conexión con su familia paterna se iba a perder de nuevo. No lo podía tolerar. Por eso comenzó a escribirle a la abuela largas cartas, una costumbre que estaba en desuso. Para él, lo mejor de las cartas era la espera hasta la llegada de la ansiada respuesta.

En Semana Santa regresó por propia voluntad al pueblo. Al llegar le comunicaron la triste noticia del fallecimiento repentino de su abuela. No le dio tiempo ni de colocar sus cosas; tuvo que ir directamente al tanatorio.

Por la noche se encontró con un libro sobre el escritorio de su abuela: ella había pegado todas las cartas de su nieto en sus páginas.

De regreso, comenzó su propio álbum, que todavía no está completo, ya que Pablo aún es joven.