XI Edición

Curso 2014 - 2015

Alejandro Quintana

Allí es aquí

Cristina Cordero, 15 años

                 Colegio Tierrallana (Huelva)  

A las seis y veinticinco minutos del siete de julio, una araña violinista asomó su diminuta cabeza por una estructura de seda. La telaraña ondeaba al son del Levante entre dos barrotes de hierro.

Un ave se posó un minuto más tarde sobre el poyete de la ventana. Era una cyanopica cyanus, más conocida en las tierras andaluzas como rabilargo. Observó con sorna a una chica distraída. «Regresa de los laureles», le susurró a Diana. Entonces abrió sus alas azulinas y, antes de echar al vuelo, soltó un graznido.

A Diana le pitaron los oídos con suficiente fuerza como para despertarse del éxtasis en el que se esforzaba por escribir alguna historia. «Concéntrate, Diana, concéntrate», se dijo a sí misma. Echó un vistazo a la habitación mientras daba vueltas en una silla giratoria, buscando el hilo con el que tejer su narración en los escondites de su madriguera, pero ni su maleta escolar, ni el armario ni el dibujo de las sábanas le sugirió nada.

De pronto, las luces dieron un chasquido para dejar la habitación en sombras.

Diana se puso en pie y caminó hacia el interruptor de la pared. Entonces se topó con un obstáculo y… Una cascada de libros fluyó desde una estantería. Sus tobillos se quedaron enterrados bajo un sinfín de historias. Diana tomó una novela antes de que volviera la electricidad. Confundida, la observó en su mano diestra. Estaba abierta en la página ochenta y uno, que tenía unas frases subrayadas:

«El allí, es el aquí. El fuera, dentro.»

Diana no entendió el significado de las frases, por lo que se acomodó sobre sus rodillas para continuar leyendo.

«El allí es el aquí. Vemos nuestros sentimientos volcados en calles, bosques, personas… Cuando miramos a través de una ventana y sentimos ese deseo de inspirarnos, ahí es cuando decimos que lo que hay fuera es tan sólo reflejo de lo que hay dentro de uno mismo. No intentemos ver en lo externo lo que sólo sale del alma»

Entonces Diana sonrió. Comprendió que el rabilargo le había graznado para que dejara de mirar por la ventana. Que la lámpara se apagó para hacerle ver lo que no estaba a su alrededor. Que el libro le aclaró que la inspiración que tanto buscaba estaba dentro de ella. Porque lo que buscaba en su cuarto y por la ventana, el allí, sólo estaba en su pecho, el aquí.