XVI Edición

Curso 2019 - 2020

Alejandro Quintana

Amistad a distancia 

Loreto Sánchez-Ferragut, 16 años 

Colegio Vilavella (Valencia) 

Eran unos días tristes. La noche se había vestido de luto y las estrellas no brillaban con la misma intensidad. Amanecía poco a poco, como si el sol no tuviera energía suficiente para iluminar las plazas y las vías públicas. En consecuencia, las nubes taponaban el cielo, privando a la vegetación de la luz que tanto la beneficia. En una tristeza prolongada, las lágrimas de lluvia empapaban la ciudad y el viento mostraba su ira soplando cada vez más fuerte. Aquello parecía una guerra, en la que no batallaban dos países sino la propagación de un virus contra la población vulnerable de todo el mundo. La epidemia se extendía por la faz del planeta, de anciano en anciano, de enfermo en enfermo, que se resguardaban en sus viviendas sin recibir visita alguna.

Las semanas transcurrían con una angustiosa monotonía e incertidumbre. La soledad, como una visita inesperada, se acomodaba en los hogares sin ser bienvenida. Eso pasó en la casa de Mariasun, una mujer de avanzada edad a quien la guerra le había privado de la visita diaria de sus sobrinos y de la compañía de la empleada de su hogar, Amelia. Se sentía sola y yo no podía continuar como si nada, pues era consciente de su aislamiento. Sé que de alguna manera podría hacerle pasar esos días con algo de felicidad. Una simple conversación a distancia le proporcionaría una distracción con la que aliviar sus miedos. Por eso me dispuse a telefonearla, aunque fuésemos dos desconocidas.

Bastaron una serie de llamadas para dar comienzo a nuestra amistad. Poco a poco la fui conociendo. Mariasun estaba jubilada, pero tenía un espíritu joven, hasta tal punto que andaba por los pasillos de su casa durante horas para no perder la vitalidad. Un día me retó a andar contando los pasos con nuestros podómetros. Aquello iba a ser una competición. Y como había ejercido de maestra de francés en un colegio, además me pidió que en la siguiente llamada telefónica habláramos en ese idioma, lo que me quitó el sueño y me hizo repasar las conjugaciones. Poco después prometió invitarme a su casa a merendar, cuando fuera posible salir a la calle. Yo me propuse no dejar de telefonearla incluso después del confinamiento.

Ella conseguía distraerse gracias a mi voz adolescente. A su vez, yo me sentía solidaria compartiendo mi tiempo con personas que lo necesitaban. Era patente que cada vez que Mariasun respondía el teléfono, su voz se llenaba de alegría y, seguramente, le afloraba una sonrisa.

Así es la amistad: amor de benevolencia, recíproco y dialogado. Benevolencia porque tanto Mariasun como yo nos beneficiamos de aquellas conversaciones, pues las relaciones de amistad se mantienen a través del intercambio de palabras, en nuestro caso a través del teléfono.

Aunque tengo muchas ganas de visitarla y conocerla físicamente, sé ya la conozco, pues me ha confiado su vida pasada, sus inquietudes actuales y sus planes para el futuro. Y ella sabe de los míos. Ignorar si es alta o baja, morena o rubia, si tiene los ojos claros u oscuros… no impide que seamos amigas.