XVIII Edición
Curso 2021 - 2022
Amor al campo
Luis Muñiz, 14 años
Colegio El Prado (Madrid)
Pablo estaba exhausto. No podía dar un paso ni levantar la azada una vez más.
<<¿Quién me habría mandado aceptar la petición del viejo Evaristo?>>.
El viejo granjero necesitaba ayuda, sí, pero Pablo no estaba hecho para trabajar en el campo. Era cierto que le urgía el dinero para ir a Madrid, donde esperaba prosperar, pero acababa de entender que esa no era la mejor manera de obtenerlo.
Soltó la azada y se puso en camino hacia el caserío. El dolor de riñones le estaba matando. Sabía que en aquel pequeño pueblo, en el que todos se enteraban de todo, se había corrido la voz de que el hijo de Elvira y el difunto Antonio, que nunca había desenterrado una patata ni cosechado un pimiento, estaba partiéndose el espinazo para poder estudiar en la gran ciudad.
A veces se dejaba llevar por la desesperanza:
<<En el fondo, ¿para qué sacarme un grado?... En el pueblo no cambiará mi situación. Y en Madrid me considerarán un cateto, un don nadie. No llegaré a nada, en cualquier caso>>.
Una vez entró en el caserío, subió a su habitación y se derrumbó en la cama, contagiado de aquellos tristes pensamientos.
A la mañana siguiente, en cuanto se despertó, bajó a desayunar. Comió unos huevos fritos con panceta, productos de su granja. Pensó que en la capital no iba a saber de dónde venía la comida. Todo era impersonal en la ciudad.
<<¿Y si renuncio a mi proyecto y me quedo en el pueblo?... No, mamá se quedaría decepcionada>>.
No podía permitírselo, menos tras la muerte de su padre. Ella se merecía que se enfrentara a sus temores para vencerlos.
Pasó la jornada arando el campo de don Evaristo. A la hora de comer, se acercó a la casa del viejo, donde la mujer del agricultor, Cari, le sirvió un plato de lentejas.
–Evaristo no tardará en volver del mercado.
Cuando terminó el postre, Pablo regresó a su tarea.
Más tarde ayudó a Evaristo a descargar la furgoneta de los productos que no había llegado a vender. Aunque estaba agotado, de seguido fue a dar de comer a los animales del viejo. Caía el sol cuando dejó los trebejos en la caseta y regresó a su casa.
Durante la cena observó a su madre y pensó que debía estudiar aquella carrera por ella, que había luchado y sufrido tanto por él.
<<Me toca devolverle tanto cariño desinteresado>>, se dijo, convencido de que era una razón suficiente para cambiar de vida.