IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Añoranza griega

Lucía Mosquera Ferrer, 14 años

                Colegio Montespiño (La Coruña)  

Colin era niño y vivía en Santorini, un pueblo italiano muy acogedor. No tenía hermanos, pero sí grandes amigos y muy buena relación con sus padres y, sobre todo, con su abuelo materno, que hacía poco había enviudado y había ido a vivir con ellos. El abuelo se llamaba Babi. Mejor dicho, ellos le llamaban con ese dulce mote, que es la manera coloquial con la que se nombra a los abuelos en Grecia, de donde provenía. Su madre también nació allí y fue en ese pueblecito donde conoció a su futuro marido, que era italiano.

En casa seguían manteniendo algunas costumbres griegas, como la elaboración del yogur, que preparaban con Babi todos los sábados. Su madre solía decir que era una manera de hacerle sentir cerca de sus raíces.

Durante las tardes del verano, Babi solía llevarse a su nieto a pescar. Se montaban en sus viejas bicicletas y pedaleaban hasta el muelle. A Colin le encanta la sensación del agua fresca en sus pies mientras charlaban de sus cosas.

Una tarde, Babi y Colin decidieron hacer otra de sus escapadas. Fue entonces cuando ella apareció. Su sonrisa marcaba las huellas del tiempo y vestía un traje elegante de mujer noble que tapaba sus gastados tobillos. Caminaba bajo una pequeña sombrilla que sostenía con la mano izquierda.

-Buenas tardes, Babi –saludó con marcado acento griego.

-Te he estado buscando durante mucho tiempo –respondió él-. ¿Dónde te habías metido?

-Tenía otras personas a las que ver.

Colin creyó que sobraba en aquella conversación, así que decidió soltar la caña e irse a dar un paseo por la orilla del mar. Creyó que aquella mujer sería una vieja amiga de la infancia de Babi.

Durante una semana el abuelo la estuvo viendo a diario. Cada día que pasaba volvía más feliz a casa. Reía y canturreaba canciones griegas, como si su jovialidad hubiera vuelto de un día para otro. Su nieto, con alma de niño ingenuo, pensaba que Babi se estaba enamorando de nuevo, así que esa misma noche le preguntó quién era aquella misteriosa mujer. El abuelo, con su voz grave y su marcado acento, le dijo:

-¿Sabes, Colin? Empezaba a creer que la había perdido, pero no. Ha vuelto a buscarme.

-¿Quién es, abuelo?- insistió.

-¿No lo ves? Es inconfundible. Me ha devuelto la risa, la alegría de vivir, el sentido a mi vida… He comprendido que ella en realidad nunca se fue. Fui yo el que la fui apartando de mi vida.

-Pero, ¿de quién se trata?

-Ella es mi amiga, la esperanza.