VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

Azul Cobalto

Fernando Rincón, 17 años

                 Colegio Tabladilla (Sevilla)  

Giró a la izquierda y entró en un oscuro callejón, tan solo iluminado por la fría y azulada luna. Conforme se adentraba en la oscuridad de la callejuela, los otros gatos se alejaban de él e, incluso, erizaban la cola y le bufaban.

Se encaramó a una valla y subió por la canaleta de una casa hasta el tejado. Allí, aquellos gatos mimados, que después de unas horas afuera dedicados a hacer travesuras, volverían a la casa de sus amos a descansar junto al hogar, no le molestarían y podría contemplar la luna tranquilamente.

Aquellos gatos…

Siempre los había considerado la falsedad gatificada, pues decían ser gatos callejeros y, sin embargo, comían deliciosas sardinas frescas y no las raspas de pescado que, con suerte, él encontraba en las basuras. Pero, en ocasiones, cuando los veía junto a sus amas y amos, acariciados como si fuesen peluches, tenía que reconocer que sentía algo en su interior, un ascua incandescente que le quemaba las entrañas. No sabía cómo definirlo y lo desquiciaba.

-Bah -pensó-. Estos gatos de pedigrí…

Se acurrucó para dejarse caer en un profundo sueño.

A la mañana, mientras deambulaba por la ciudad, descubrió en un parque a un grupo de niños que jugaban. Se acercó a ellos con actitud remolona. Los críos lo vieron, se acercaron y lo rodearon. El felino movía la cola en señal de felicidad cuando uno de los pequeños la asió y tiró bruscamente de ella. El animal quiso defenderse, pero los demás empezaron a golpearle.

Una joven que pasaba por allí se fijó en aquella brutalidad y se puso a gritarles. Los críos huyeron entre risas y el magullado gato, cuando vio a la chica, sacó las zarpas, dispuesto a arañarla.

-No voy a hacerte daño. Ten -le tendió un trozo de pan.

-No lo cojeré -pensó el pobre animal-. Ya he visto cómo son los humanos. Primero hacen creer que te quieren y luego te abandonan cuando encuentran otro capricho que pueda sustituirte.

-Vamos, cójelo. No tengas miedo -insistía.

El aroma de aquel crujiente trozo de pan recién horneado le cautivó, por lo que decidió mirar hacia otro lado. Y entonces se fijó en los ojos de la joven, azules como el cobalto y llenos de amabilidad. De repente, sin pensar, extasiado por aquella hechizante mirada, lamió el pan y empezó a comérselo. La chica sonrió y le acarició el lomo. Entonces el gato sintió como aquella ascua dejaba de quemarle para convertirse en un apacible calor que lo reconfortaba. Era una sensación extraña.

La joven se incorporó y comenzó a caminar. Una tormenta de sensaciones y pensamientos invadía la mente del felino. Deseaba seguirla, pero a la vez sentía miedo a lo desconocido, miedo al rechazo, a que fuese, en realidad, otra humana más.

La chica se marchaba; debía tomar una decisión. Era cierto que su desconfianza hacia los humanos le había ayudado a conservar intactas sus siete vidas. Sin embargo, estaba dispuesto a correr ese riesgo con tal de sentir una vez más aquel cálido cosquilleo que le hacía sentir tan bien. Se acordó de aquellos ojos azules como el cobalto y, como hipnotizado, echó a correr detrás de ella y maulló.

La chica se volvió sorprendida y sus miradas se encontraron. Esbozó una sonrisa, avanzó hasta el gato y lo tomó entre sus brazos. Aquel calor tan agradable volvió a invadir al minino. Ya no le importaba la falsedad de aquellos gatos esnobs. Ya no le importaba la crueldad de los humanos. De hecho, sentía lástima por ellos. Ya no le importaba nada, porque aquel calor no le abandonaría nunca. Aquellos ojos azul cobalto, tampoco.