IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Bendito aguacero

Cristina Vizcaíno, 15 años

                  Colegio La Vall (Barcelona)  

Recuerdo que llovía. Una lluvia insistente, misteriosa, murmuradora. Es difícil describir lo que sentí en ese momento: una mezcla de cólera, impotencia y frustración. Cierto que se trataba sólo de un chaparrón de abril, pero me bastaba para hacer añicos mis planes de aquella mañana. Por la ventana veía la gente corriendo de aquí para allá, los paraguas, los charcos... ¡Me sentía tan distante del mundo!

Todo empezó a mis diecisiete años, cuando comencé a trabajar en una agencia de modelos. Pronto escalé posiciones. En poco tiempo ya había desfilado para los diseñadores más importantes y no paraba de viajar. Me había instalado en Milán, aunque no contaba con la aprobación de mi familia, pero me traía sin cuidado porque había logrado llegar mucho más lejos que todos ellos juntos, hasta convertirme en una diva. Me compraba la ropa más cara y disfrutaba de los mejores contactos en todas las capitales importantes del planeta. Estaba tan pagada de mí misma… Si bien mi cuerpo se había desarrollado, mi mente continuaba varada en la adolescencia.

Me entraron ganas de gritar de rabia. Si no podía salir esa mañana no podría broncearme para el desfile de mi amigo Roberto Cavalli que iba a tener lugar esa misma noche.

Entonces el teléfono me sacó de mis ensoñaciones. Creí que se trataba de mi estilista y que iba a echarme en cara dónde diantres me había metido.

Cogí el aparato con ansiedad.

-¿Sí?

-¿María? -preguntó una voz. Era mi hermana.

¿Qué podía ser tan importante para llamarme desde España?

-Se trata de papá –me explicó con la voz entrecortada-. Esta mañana ha sufrido un ahogo y lo han ingresado en el hospital.

-Pero, ¿está bien? –pregunté.

-Sí, está fuera de peligro, pero lo tendrán esta noche en observación.

-Vale, hablamos luego -respondí casi en un susurro antes de colgar.

Me tumbé en un sofá, mareada. Los pensamientos se agolpaban en mi cabeza: imágenes de las fiestas de cumpleaños de mis sobrinos, de las primeras comuniones, de los partidos de fútbol familiares, de las barbacoas del verano, muchas celebraciones a las que había dejado de asistir. ¿Para qué visitar a tus padres cuando eres una modelo de éxito? ¿Para qué concederle importancia a cosas tan banales cuando estás haciendo realidad todos tus sueños? Era rica, famosa y envidiada. Sin embargo, nunca había llegado a entender lo que me quiso inculcar mi madre:

-María -me decía-. Tú tienes que aspirar a ser una mujer honrada, generosa y con un buen fondo. Alguien amado y respetado por los que le rodean. Entonces triunfarás de verdad.

En ese instante lo vi más claro que nunca. Había cambiado una vida plena con los míos por una existencia superficial. Tomé una decisión: hice las maletas a toda prisa y cogí un taxi en dirección al aeropuerto. Una vez en el avión, puse en orden mis ideas: ¿qué hubiera sido de mí si esa mañana no hubiese llovido? Un solo pensamiento inundó mi mente: “Bendito aguacero”