XVIII Edición

Curso 2021 - 2022

Alejandro Quintana

Canelita 

Blanca Alonso, 16 años

Colegio La Vall (Barcelona)

La mujer se secó el sudor de la frente con el reverso de una mano, mientras con la otra sujetaba las riendas del purasangre, negro como el carbón. A paso lento, pero seguro, se acercaban al imponente edificio donde Canelita iba a ser sanada. Aunque todos en el pueblo le habían dicho que la enfermedad que padecía no tenía remedio, ella no había perdido la esperanza. Por eso acudía a la ciudad en busca del mejor veterinario. 

Era entrada la tarde cuando salió de la visita. Aunque el albéitar se había reafirmado en el diagnóstico que ella había escuchado en boca de sus vecinos, Mariana le respondió que no cejaría en su lucha por la vida de Canelita.

Los duros tratamientos hicieron sufrir a la yegua, pero su dueña se consolaba pensando que eran por su bien. Pero, pasados unos pocos meses pareció encontrarse al borde de la muerte. Cuando el veterinario le dijo que fuera a despedirse de ella, corrió a la cuadra para abrazarse a su cuello, mientras le rogaba entre lágrimas que no dejara de luchar, que lo intentara por el recuerdo de su madre, que le regaló a Canelita poco antes de morir, cuando Mariana cumplió siete años. 

A la mañana siguiente, el famoso albéitar le comunicó la muerte del animal. Ella acudió al encuentro con su cuerpo. Un torrente de lágrimas volvió a empapar sus mejillas al entrar en la cuadra. Se tumbó sobre ella y, de pronto, Canelita relinchó, lo que transformó la pena de Mariana en euforia.

***

Acudió toda la familia al establo, donde Mariana y su marido ayudaban a la purasangre en su primer parto. 

–¡Es una potrita! –anunció alborozada.

Por nombre le pusieron Esperanza, en honor a la que habían mantenido año y medio atrás, cuando la yegua se debatía entre la vida y la muerte.