VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

Cariño

Teresa Reinoso, 17 años

                 Colegio Montealto (Madrid)  

Desde hace tiempo vengo observando a una madre y a su hijo, que viven enfrente de mi parada escolar. Mi hora de autobús coincide con su paseo y tengo la sensación de conocerles. Las señoras mayores del barrio, incluso, se acercan a saludarles.

La madre pasa de los setenta años y el hijo rondará los cuarenta y cinco. Él sufre una enfermedad: no sé exactamente cuál, pero sus efectos son manifiestos a simple vista. Aunque puede andar, lo hace trabajosa y torpemente, con el brazo doblado como si fuera un camarero. Además, emite desagradables ruiditos y su mirada refleja que tiene el alma de un chiquillo.

No es una enfermedad agradable, lo reconozco. Los niños pequeños se esconden detrás de sus madres cuando lo ven pasar, aunque él les dedique una mueca que pretende ser una sonrisa. Su madre le coge del brazo bueno y, con mucha suavidad, le insta a seguir caminando.

Me gusta contemplarles cuando salen de casa. Al abrir la puerta, la madre comprueba la temperatura y ayuda a su hijo a bajar los escalones del portal. Es entonces cuando entiendo lo que es el cariño.

Primero, el abrigo. La madre le mete los brazos por las mangas, con gran ternura. A él, con sus torpes miembros le cuesta abrochárselo, pero ella espera pacientemente hasta que lo consigue. Luego van los guantes. Vestir esas temblorosas manos y hacerlo con tanto cariño, se me antoja una obra de arte que se repite diariamente en el invierno, sin que varíe un ápice la dedicación con la que ella lo hace. Una vez abrigado, le coloca el cuello de la camisa, le peina el flequillo y dan comienzo a su paseo mientras el hijo sonríe. Y así, día tras día.

No es necesario llevar música para entretenerse en mi parada. Desde que cojo el autobús hasta que llego a casa, mi pensamiento recorre las calles acompañando a esta madre y a su hijo. Si cada uno de nosotros mostrásemos en nuestros quehaceres el mismo cariño y la misma dedicación que esa mujer frente a su hijo, seríamos mucho más felices al tiempo que hacemos más felices a los que nos rodean. Porque el amor es un bien que actúa en doble dirección: hacia el que lo recibe y hacia el que lo entrega.