XIII Edición
Curso 2016 - 2017
Carta de un prisionero
María de Fatima Ugarte, 13 años
Colegio Nuestra Señora del Pilar (Arequipa, Perú)
Llevo tanto tiempo encerrado, que ni siquiera sé en qué día de la semana estamos. Lo único que me mantiene con vida es la esperanza de que pueda volver a ver tus hermosos ojos, tu cabello claro, las facciones de tu rostro… y la de escuchar tu risa. Pero mi esperanza está cerca de apagarse.
El lugar no es muy espacioso: dormimos tres presos en la misma cama. Y qué decir del baño… Pero este infierno aún no me ha quitado el sueño de verte crecer, abrazarte por tus buenas calificaciones en el colegio, llevarte a pasear por el campo para ver el atardecer y descubrir el nacimiento de las flores y, más adelante, asistir a tu graduación, al día de tu boda y, si Dios quiere, abrazar a mis nietos.
Esos son mis sueños. También que un día pueda viajar por el mundo, en tu compañía y la de tu madre. Roma y su Fontana di Trevi, París, con «La Gioconda» y la torre Eiffel...
Es probable que tu madre no te haya hablado de mí. Y la entiendo. Estoy convencido de que no te gustaría saber que tu padre es un asesino. Pero te aseguro que he tenido suficiente tiempo para arrepentirme. Sin embargo, tu madre no me ha conseguido perdonar.
Ella es la mejor persona que he conocido: amorosa, comprensiva, bonita, generosa… No me alcanzan las palabras para describirla. Pero llegó el juicio y se decepcionó cuando el juez sentenció mi culpabilidad por el asesinato del señor Ramos. En ese momento tu madre se levantó del estrado contigo en brazos, me miró con la mayor expresión de decepción que jamás había visto y supe que nunca me perdonaría. Algo sagrado, dentro de mí, se rompió.
Así que te escribo esta carta para pedirte perdón —a ti y a tu madre— por todo el daño que os hice. A partir de mañana no tendrás padre, pues me espera el pelotón de ejecución, aunque es posible que durante todos estos años hayas aprendido a vivir sin mí.
A pesar de todo, mi querido hijo, siempre estaré contigo.